jueves, 3 de septiembre de 2009

El Misterio de la Inmaculada transformando en Proyecto de Vida






El Misterio de la Inmaculada
transformado en
Proyecto de vida


Antonio María Artola cp
Universidad de Deusto
Bilbao


“Santa Beatriz de Silva dio origen en Toledo a una nueva Familia Religiosa que encuentra su raíz y su razón de ser en la Iglesia en la contemplación del misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y en el empeño por imitar y reproducir sus virtudes”.

Estas palabras del Cardenal Martínez Somalo, Prefecto de la Congregación de Religiosos, acompañando el decreto de la aprobación de las nuevas Constituciones el 22 de febrero de 1993, contienen unas afirmaciones del más alto valor para comprender el sentido del Carisma inmaculista de Santa Beatriz.




La aprobación de una Orden por la Iglesia significa el reconocimiento de una realidad carismática de hecho, anterior a la misma aprobación jurídica. Primero es la intervención de Dios, llamando a una persona a fundar una familia religiosa. Luego, el establecimiento institucional de tal Carisma en el cuerpo jurisdiccional de la Iglesia. La llamada carismática que suscita a una Fundadora proviene directamente de Dios. De ahí que la reflexión sobre el carisma inmaculista de la Orden obligue a remontarse a los orígenes mismos de la fundación de la Orden, desde la intervención misma de Dios escogiendo y preparando a Santa Beatriz para fundar la Orden Concepcionista en la Iglesia. Es lo que la Carta insinúa cuando toma como su punto de partida a la persona misma de la Santa Fundadora para referirse a las Concepcionistas. Fue Santa Beatriz la que dio origen a una nueva Familia Religiosa, a la cual la Iglesia da su aprobación.

La orden de la Concepción en la mente de Dios




Pero la fundación de Toledo no es el comienzo total y absoluto de la Orden. Es menester remontarse más allá de la fundación toledana del año 1489, a los eternos designios de Dios para comprender el alcance sobrenatural de semejante evento.
He aquí cómo proceden los planes de Dios cuando decide realizar algo singular en la historia de la salvación. Según San Pablo, hay en Dios un conocimiento primero y previo que antecede a la decisión predestinadora de su voluntad (Rm 8,29). En ese conocimiento previo contempla las formas de realización concreta en la historia que puede revestir la imitación y reproducción de su esencia en el orden creado. Este conocimiento primero o ciencia de simple inteligencia contiene todas las infinitas imitabilidades de la esencia de Dios ad extra; de ellas, la sabiduría infinita de la Trinidad escoge sólo unas determinadas y concretas formas de realización. Es en esta opción divina donde interviene la predestinación, como decisión divina concreta a producir determinadas imitaciones de esa su esencia infinita. Esa predestinación tiene como imagen ejemplar a reproducir, el Misterio de Cristo como Verbo Encarnado. Dice San Pablo: “A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). Esa predestinación supone una serie de pasos. El objeto central del decreto predestinatorio es el Misterio de Cristo, cuya reproducción decide la predestinación. Para que se reproduzca la imagen de Cristo, hay una un plan divino previo ordenado a elevar la creación a una suprema culminación de la misma, que es la Encarnación. Sólo cuando está proyectada la encarnación, se pueden producir las imitaciones consiguientes a esa realidad maravillosa del Verbo Encarnado.
Si tratamos ahora de colocar en el orden de la predestinación divina la fundación de la Orden Concepcionista, y el carisma inmaculista, tenemos que imaginamos las cosas en el siguiente orden. Hemos de retroceder en la eternidad, al instante supratemporal en que Dios decide realizar la encarnación en el seno de una Madre Inmaculada. Pero antes de desembocar en este punto final es necesario detallar de qué manera tiene lugar la multiplicación reproductiva de las imágenes de Cristo. Como la imitabilidad infinita de la esencia de Dios hace posible la variedad innumerable de las esencias creadas, también el misterio de Cristo ofrece una variedad maravillosa de imitabilidades. Es así como cada uno de los misterios de Cristo puede ser reproducido e imitado en los seres humanos: su encarnación, su nacimiento, su circuncisión, su nombre divino, su presentación en el templo, su huida al Egipto, su vida oculta, su bautismo, su retiro en el desierto, sus tentaciones, su ayuno, su vida pública, su Pasión y muerte, su Ascensión gloriosa, y su presencia eucarística, son una pequeña serie de aspectos del misterio de Cristo que pueden ser reproducidos en la vida de los cristianos.
Mas no se limita únicamente al misterio de Cristo en sí mismo la imitabilidad la Humanidad divina de Jesús. También la complementariedad que dicho misterio tiene con la persona de María constituye una peculiar manera de maravillosa imitabilidad. Y es aquí donde se adivina en qué modo la Concepción Inmaculada de María puede ser un elemento del misterio de Cristo susceptible de una imitación de parte de los hombres.
Hay en el misterio de Cristo como Verbo Encarnado, un aspecto de una singular imitabilidad y reproducibilidad. Es el hecho de su encamación en el seno de una Madre Inmaculada. No sólo es reproductible la encarnación del Verbo en la encarnación mística que viven algunas almas místicas - como la Madre Ángeles Sorazu - sino también el aspecto concreto de que tal misterio tuviera lugar en una Madre Inmaculada es un hecho maravilloso digno de ser consiencializado, vivido, y reproducido. Es aquí donde la Inmaculada Concepción, aparece como un aspecto del misterio de Cristo reproducible e imitable en las almas, como un aspecto de la unidad de Cristo y de María que posibilita un destino divino cuyo objeto es reproducir la Inmaculada Concepción. Dios puede programar la fundación de una familia religiosa que se destine a vivir e imitar ese misterio de la Encarnación Inmaculada. Puede Dios suscitar una persona sobrenaturalmente destinada a valorizar ese misterio haciendo de él el centro de su vida personal como contemplación e imitación. He aquí el lugar de la predestinación de Santa Beatriz a reproducir en su vida la Encarnación Inmaculada del Verbo y la santificación superior de María en el primer instante de su existencia. El destino a vivir de la Inmaculada es un destino a reproducir el misterio de Cristo en la dimensión de su encarnación en el seno de una Madre Inmaculada.

La Fundadora como matriz de una vocación a reproducirse
Pero la predestinación de una fundadora tiene un valor colectivo y corporativo a la vez. En efecto, una fundadora es predestinada precisamente para establecer en la Iglesia una familia que reproduzca el misterio para cuya valoración sobrenatural - contemplación e imitación - es fundada la respectiva familia. Hay, pues, un hecho llamativo en la predestinación de una fundadora. En ella se da una predestinación personal a modo de una misión a realizar en el ámbito de su individualidad irrepetible y única. Pero la vocación a fundadora significa también que esa misión personal puede ser carismáticamente reproductible en otras personas que son llamadas a vivir el mismo misterio. Pero la diferencia está en que la fundadora es predestinada a ser ella en su persona una imagen viva del misterio de la Inmaculada Concepción, mientras que la vocación característica de fundadora la predestina a ejercer una causalidad repetidora, reproductora y multiplicadora de su misión personal en otras personas que, por divina vocación, son igualmente llamadas a vivir del mismo misterio que ella.
Es aquí donde tiene lugar una configuración misteriosa que se puede llamar de la predestinación de las hijas a reproducir filialmente el misterio de la madre. Como el misterio de Cristo y de María se reproduce y repite en la individualidad de muchas personas; así, la llamada personal de una santa fundadora, se repite y multiplica en otras muchas hijas que se originan de su destino a ejercer una sobrenatural maternidad. En tales casos hay una causalidad ejemplar y reproductiva que actúa como un molde y un ejemplar capaz de producir, en una repetición siempre original y una reproducción siempre inédita, la vocación de la fundadora. Desde un modelo y un ejemplar divino único, se logra por la gracia de la llamada a una familia religiosa, unas imitaciones siempre iguales, pero siempre diferentes según las peculiaridades personales de cada uno de los llamados.

La Virgen Inmaculada de Santa Beatriz
Hay en Ef 1,3 una doctrina sobre el modo peculiar como Dios es venerado por los cristianos. Es el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué quiere decir el Dios de N.S.J.C.? Esta frase alude a una manera muy singular de vivir el misterio de Dios Padre en Cristo, de modo que Dios puede ser llamado personalmente el Padre de N. S., Jesucristo. El Dios de N. S. Jesucristo es el Dios Padre tal como fue revelado y vivido por la Humanidad de Jesús.
En el AT - en un mundo politeísta - los dioses eran llamados con el nombre de algún adorador suyo que creaba un grupo de seguidores: Así aparecen numerosos dioses llamados con diversos nombres: “el Dios [innominado] de los padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob», etc. En estas expresiones se indicaba no sólo el hecho de que cada uno de estos patriarcas han dado culto al mismo Dios de Abrahán, sino también un modo de religiosidad y de vivencia de lo divino en forma especifica. El Dios de Abrahán es el Dios que se manifestó a Abrahán en Ur de Caldea, y a lo largo de toda su vida se le manifestó de muy diversas formas, de modo que configuró en Abrahán una religiosidad peculiar. El Dios de Abrahán es Dios tal como fue vivido y adorado por el Patriarca primero de Israel.
EI Dios de N.S. Jesucristo es el Dios Padre del NT tal como fue revelado a Jesús, y tal como configuró la espiritualidad de Jesús.
Es esta manera de experiencias y vivencias divinas, la que se multiplica luego en todos los cristianos. Todos ellos reproducen ese misterio de la interioridad de Cristo, su peculiar constitución personal de Hombre-Dios, que se siente una cosa con el Padre, del cual es el Hijo.
En una extensión analógica y aplicada podemos decir algo parecido de la misión de los fundadores y de su reproducción en los hijos de los mismos.
Santa Beatriz es una santa en la cual el misterio de Cristo se vivenció como el misterio del Verbo Encarnado en el seno de una Madre Inmaculada. Así se podría hablar del Cristo vivenciado por Santa Beatriz como el Cristo Hijo de una Madre Inmaculada. Sus hijas reproducen y multiplican esa vivencia original. Por eso las hijas de Santa Beatriz son llamadas Concepcionistas: por la polarización de su experiencia mística en el misterio de la Inmaculada Concepción. Pero el origen de semejante carisma está en la realización primera y modélica de su santa Madre Fundadora. Por eso la espiritualidad de cada familia espiritual reproduce una manera de participación, en el Misterio de Cristo, protagonizado particularmente por el fundador.
De Santa Beatriz dice la aprobación de sus Constituciones que, por elección divina, dio origen a una familia, cuya raíz y razón de ser está en la contemplación de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Se trata de una gracia de llamada divina, cuyo objeto es una vida basada en la contemplación del misterio de la Inmaculada Concepción.
La concepcionista es la religiosa que puede llamarse “la religiosa de la Humanidad Inmaculada de Jesús y María” porque es la hija de una santa cuya misión fue la de vivir de la Inmaculada Madre del Verbo Encarnado.

Dios Santo, Verbo inmaculado, Virgen Purísima
Este misterio del Verbo encarnado en el seno de una Madre Inmaculada, que hace posible la predestinación a fundar una orden dedicada a valorarla por la contemplación y la imitación, impulsa a elevarse contemplativamente al nivel más alto del orden de las inmaculidades.
En el comienzo de todas las inmaculidades está la esencia de Dios que desde Isaías 6,3 es llamado el Santo.
La santidad es el atributo peculiar de la esencia divina que le separa y diferencia de todos los demás seres. Es una realidad que incluye en un todo la sacralidad y la pureza con una misteriosa y terrible fuerza. De ahí que la santidad sea muy próxima a la noción de la pureza. Y sea la que mejor responde al concepto de lo inmaculado en el orden creado. Dios es absolutamente puro, inocente, y ese constitutivo suyo le separa de toda la inmundicia e impureza de lo creado. De esa santidad fontal reciben su santidad igual e infinita las tres divinas personas.
Es en el orden de la finitud creada, y de la libertad moral de los seres libres donde entra la posibilidad y la realidad de la mancha, el pecado, la impureza. Es el caso de la Humanidad descendiente de Adán, contaminada con su pecado.
El hombre ya no es santo, ni inocente, ni justo, ni inmaculado. Sólo cuando el ser creado recupera la santidad original que le vincula al ser fontal de Dios, se hace de nuevo puro e inmaculado. Así se anuncia en Ef. 1,4 que todos los salvados están destinados a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. Santos por la semejanza participada procedente del ser santo de Dios que les procura la purificación y limpieza de toda mancha de pecado.
La condición inmaculada es la que compete al ser creado que recibe una pureza singular, derivada de la santidad infinita de Dios. De la esencia divina se deriva la santidad y pureza infinitas del Verbo. Y de él, procede la condición inmaculada a de la Humanidad de Jesús, como la pureza admirable de la persona del Verbo que se encarna en la naturaleza humana de Cristo, dejándola en una santidad perfecta, y un estado supremamente inmaculado. De esta Humanidad -toda santa y toda pura- redunda el privilegio de la Inmaculada Concepción en la persona de María, totalmente alejada de la maldad moral humana. Y de la condición inmaculada de la Humanidad de Cristo, y de su Madre Purísima, reciben también la pureza de la gracia santificante los hombres, a los cuales toda culpa de pecado y toda mancha moral, les es purificada.

La concepcionista hoy
El carisma concepcionista brota así de una elección divina a vivir de la esencia totalmente pura y santa de la Trinidad, y de la santidad del Verbo Encarnado absolutamente pura por la comunicación de la esencial santidad de la naturaleza divina. Es una llamada a reproducir la santidad y pureza suprema que el Verbo comunica a su Humanidad, creando el primer ser totalmente inmaculado. Y en último término, es la vocación a repetir imperfectamente la pureza de la Virgen María, absolutamente excluida -por la destinación a ser Madre de Dios- de toda contaminación con el pecado.
El carisma concepcionista es una llamada a alcanzar la inocencia y pureza más perfecta, comunicada desde la esencia de su propio ser Uno y Trino de Dios, de las Tres personas Divinas, santas en la esencia uni-trina de Dios, y su prolongación en la Madre del Verbo Encarnado y en la Iglesia -santa, e inmaculada, sin mancha ni arruga- y la de los fieles destinados a formar el Reino santo e inmaculado de la gloria.
El medio privilegiado para vivir ese carisma consiste en la imitación de la Virgen Inmaculada, mediante la contemplación de su Purísima Concepción, levantándose en su contemplación al espejo de la pureza inmaculada del Verbo Encarnado, y de la santa y divina Trinidad, fuente, raíz, causa y razón de toda limpieza y pureza sobrenatural.
La orden de la Concepción resulta de esta manera, una sal maravillosa en la masa corrompida del mundo actual, para que toda la impureza de la Humanidad se purifique, toda santidad y pureza llegue a los hombres, desde la Virgen singularmente pura y santa y de la Inmaculada Humanidad del Verbo, santo y absolutamente puro, en la esencia divina tres veces santa.






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