sábado, 7 de marzo de 2009

Meditaciones de cuaresma por Madre Mercedes

Cuaresma


Comenzamos la Cuaresma. ¿Qué puede significar para cada una de nosotras este tiempo de gracia?
Lo que cada una quiera, hermanas. Así es. Es cuestión de tomarlo en serio. Estamos acostumbradas, hasta la saciedad, escuchar reiteradamente que la Cuaresma es tiempo de gracia, tiempo favorable para la conversión, tiempo que nos empuja al cambio de vida, a quitar lo que impide al Señor adueñarse de nuestro corazón en su totalidad. Es tiempo de salvación.
Y seguro que todas lo deseamos. Nuestra permanencia en la Casa del Señor lo manifiesta. Unas comenzamos el camino, otras ya avanzado, y otras casi finalizándolo.
¿Cómo quisiéramos encontrarnos al final del mismo? ¿Sin haber conseguido la santidad, o más bien, en una unión consumada con el Señor?
¿Qué hemos de hacer cada una de nosotras para alcanzar el grado de conversión que nuestra vida espiritual necesita hoy? ¿Qué hemos de hacer?
Miremos lo que hacían los judíos antes de la fiesta de la Pascua. Buscaban con detenimiento, con atención, los restos de levadura o alimentos fermentados que tuvieran en casa, y los sacaban fuera, de modo que cuando llegase la Pascua no hubiese nada viejo en casa, sino los nuevos panes ázimos con los que celebraban la Pascua y comían durante los cuarenta días siguientes a la misma.
Tenían conciencia de la novedad de la Pascua. Y eso que la Pascua que celebraban ellos era un símbolo de la nuestra, que es Cristo inmolado por nuestra salvación.
Si ellos, los judíos, hacían esto, ¿qué no hemos de hacer nosotras para prepararnos a celebrar la Pascua del Cordero inmaculado que quita el pecado del mundo?
Si ellos echaban fuera la masa vieja, ¿cómo no hemos de echar nosotras de nuestro corazón todo lo viejo, lo fermentado o desordenado? Empecemos por algo, aunque sea pequeño. Pero deshagámonos de ello en este santo tiempo de Cuaresma. Que cada una escoja lo que quisiéramos haber vencido ya, el defecto que sea. Uno. Pero tomémoslo en serio. Invoquemos a María. Y no condescendamos con nosotras hasta que lo consigamos.

Verdaderamente que es tiempo de gracia el que estamos viviendo. Continuamente, en la Liturgia, la voz del Señor se está queriendo meter en nuestro corazón, llamándonos a la conversión, a la vuelta a él sincera y para siempre.
Ayer recordábamos las disposiciones con que hemos de vivir estos días de Cuaresma para llegar a la Pascua con provecho espiritual. Disposición de echar fuera de nuestro interior eso viejo y fermentado que hace tiempo no debería estar ya en nuestro corazón. Eso que nos impide el avance en los caminos del espíritu.
Supuesta esta disposición es todas, hagamos el silencio interior necesario para escuchar la voz del Señor, lo que nos pide. Oigámosle a él que nos dice: “Si hoy escuchas la voz del Señor, no endurezcáis vuestro corazón”
¿Por qué nos dice esto el Señor?
¿Por qué? Podríamos preguntarnos
¿Es que no tiene razón el Señor de hablarnos así? ¿Es que, en verdad, le hemos dado ya y siempre todo lo que nos ha pedido? ¿Es que ya no necesitamos darle más, porque no necesitamos conversión?
Si no hemos llegado aún a no tener que darle más al Señor, si aún tenemos muchos defectos que corregir, muchos egoísmos que suprimir, muchas pasiones que enderezar, muchas tendencias que ordenar, ¿verdad que tiene razón el Señor en decirnos que no endurezcamos el corazón? Él, nos quiere santas. Si llegamos a la Pascua tal cual somos ahora, sin corregir nada, pensemos que, ciertamente hemos endurecido el corazón ante su voz divina, amorosa y santificante. Hemos desaprovechado este tiempo de gracia y salvación. Habremos, en una palabra, dejado caer su Palabra, su Voz, en el vacío. Llegaremos a la Pascua sin el fruto de la Pascua: la propia conversión. Imploremos de María la gracia de escuchar la voz del Señor, y ponerla en práctica. Así, como nos enseña el libro de la Sabiduría: “Incliné a ella mi oído y la recibí, y encontré mucha instrucción. E hice en ella muchos progresos. Así sea para que glorifiquemos al Señor con nuestra vida.