lunes, 28 de septiembre de 2009

Santos Arcángeles Miguel, Grabiel y Rafael.

Miguel, Gabriel y Rafael, Arcángeles
29 de Septiembre

Miguel aparece en defensa de los intereses divinos ante la rebelión de los ángeles malos; Gabriel, enviado por el Señor a diferentes misiones, anunció a la Virgen Maria el misterio de la Encarnación del Hijo de Dios y su maternidad divina; Rafael acompañó al joven Tobías cuando cumplía un difícil encargo y se ocupó de solucionar difíciles asuntos de su esposa.





El Arcángel San Miguel es el que arrojó del Cielo a Lucifer y a los ángeles que le seguían y quien mantiene la batalla contra Satanás y demás demonios para destruir su poder y ayudar a la Iglesia militante a obtener la victoria final. El nombre de Miguel significa "quien como Dios". Su conducta y fidelidad nos debe invitar a reconocer siempre el señorío de Jesús y buscar en todo momento la gloria de Dios.






El Arcángel San Gabriel, que en hebreo significa "Dios es fuerte", "Fortaleza de Dios", aparece siempre como el mensajero de Yahvé para cumplir misiones especiales y como portador de buenas noticias. Anunció a Zacarías el nacimiento de Juan, el Bautista y a la Virgen María, la Encarnación del Hijo de Dios.




El Arcángel San Rafael, cuyo nombre quiere decir "medicina de Dios", tiene un papel muy importante en la vida del profeta Tobías, al mostrarle el camino a seguir y lo que tenía que hacer. Tobías obedeció en todo al arcángel San Rafael, sin saber que era un mensajero de Dios. Él se encargó de presentar sus oraciones y obras buenas a Dios, dejándole como mensaje bendecir y alabar al Señor, hacer siempre el bien y no dejar de orar. Se le considera patrono de los viajeros por haber guiado a Tobías en sus viajes. Es patrono, también, de los médicos (de cuerpo y alma) por las curaciones que realizó en Tobit y Sara, el padre y la esposa de Tobías.


Como dice la oración colecta de la Misa “que nuestra vida esté siempre protegida en la tierra por aquellos que te asisten continuamente en el cielo”.

domingo, 27 de septiembre de 2009

Vocación concepcionista


"¿Verdad que no se puede pensar en una concepcionista sin volver los ojos y el pensamiento hacia María Inmaculada? Sí, hermanas queridas, como monjas, nuestra vocación es la búsqueda de Dios y su encuentro, y como concepcionistas es lograrla imitando las virtudes de María, su santidad y amor."(Hacia el Amor Perfecto, Madre Mercedes)

miércoles, 23 de septiembre de 2009

Nuestra Señora de las Merced


La Santísima Virgen se le apareció a San Pedro Nolasco, en 1218, recomendándole que fundara una comunidad religiosa que se dedicara a auxiliar a los cautivos que eran llevados a sitios lejanos. Esta advocación mariana nace en España y se difunde por el resto del mundo. San Pedro Nolasco, inspirado por la Santísima Virgen, funda una orden dedicada a la merced (que significa obras de misericordia). Su misión era la misericordia para con los cristianos cautivos en manos de los musulmanes. Muchos de los miembros de la orden canjeaban sus vidas por la de presos y esclavos. Fue apoyado por el rey Jaime el Conquistador y aconsejado por San Raimundo de Peñafort. San Pedro Nolasco y sus frailes muy devotos de la Virgen María, la tomaron como patrona y guía. Su espiritualidad es fundamentada en Jesús el liberador de la humanidad y en la Santísima Virgen, la Madre liberadora e ideal de la persona libre. Los mercedarios querían ser caballeros de la Virgen María al servicio de su obra redentora. Por eso la honran como Madre de la Merced o Virgen Redentora. En 1272, tras la muerte del fundador, los frailes toman oficialmente el nombre de La Orden de Santa María de la Merced, de la redención de los cautivos, pero son mas conocidos como mercedarios. El Padre Antonio Quexal en 1406, siendo general de la Merced, dice: "María es fundamento y cabeza de nuestra orden". Esta comunidad religiosa se ha dedicado por siglos a ayudar a los prisioneros y ha tenido mártires y santos. Sus religiosos rescataron muchísimos cautivos que estaban presos en manos de los feroces sarracenos. El Padre Gaver, en 1400, relata como La Virgen llama a San Pedro Nolasco y le revela su deseo de ser liberadora a través de una orden dedicada a la liberación. Nolasco la pide ayuda a Dios y, en signo de la misericordia divina, le responde La Virgen María diciéndole que funde una orden liberadora. Desde el año 1259 los padres Mercedarios empiezan a difundir la devoción a Nuestra Señora de la Merced (o de las Mercedes) la cual se extiende por el mundo.

martes, 22 de septiembre de 2009

Beato Amadeo de Silva y Meneses (Hermano de santa Beatriz)


Nació c. 1431 y le imponen por nombre Juan. Hijo del Alcalde de Campomayor y Uguela Ruiz Gomez de Silva y de Isabel de Meneses. Formó parte de una familia cristiana de once hijos.A los dieciocho años ingresó en el monasterio Jerónimo de la Puebla de Guadalupe. Monje ejemplar que desempeñó los cargos más humildes. Los deseos de martirio le llevaron a Granada; pero vuelve a Guadalupe.El 11 de diciembre de 1452 obtiene la obediencia del Prior, Gonzalo de Ilescas, para poder trasladarse a Asís, en donde cambia el hábito blanco por el pardo. Residió en Roma e inició su fundación en Catelleone di Cremona en 1464. Rechazado por los frailes de las demás familias, contó con el apoyo del ministro general Francisco della Rovere (1464-1469), del que parece que fue su confesor. Elegido papa con el nombre de Sixto IV, Della Rovere no dejó de favorecerlo, concediéndole la iglesia romana de San Pedro en Montorio.De ese modo, los amadeitas se instalaron en Milán, Lodi, Génova, Foligno, Asis, en Italia central y septentrional y en España, pero no llegaron a tener más de treinta casas. Deseando hacer una visita a todos sus frailes, llegó al convento de Santa María de la Paz en Milán, donde murió el 10 de agosto de 1482. Su congregación permaneció siempre bajo la obediencia de los ministros generales y provinciales, hasta su supresión en 1568.Su tumba, mandada a construir por el rey Luis XI de Francia, pronto comenzó a recibir visitas de muchos devotos, fueron cuatro siglos de culto ininterrumpido, hasta que su tumba fue destruida durante las invasiones francesas, aunque se conoce el sitio donde estaba.

martes, 15 de septiembre de 2009

Virgen de los Dolores


¡Bendita y alabada sea la sagrada Pasión y Muerte de nuestro Señor Jesucristo y los dolores de su Santísima Madre, triste y afligida al pie de la cruz!

lunes, 14 de septiembre de 2009

FIESTA DE LA EXALTACIÓN DE LA SANTA CRUZ


El día 14 septiembre se celebra la fiesta de la EXATACIÓN DE LA SANTA CRUZ. Se instituyó la festividad para conmemorar la recuperación de la cruz de Cristo, lograda por el emperador Heraclio al vencer a Cosroes, rey de Persia. Pero celebrar ésta fiesta es mucho más que conmemorar este hecho histórico, porque es la ocasión para qué los cristianos de reflexión hemos sobre el significado de la cruz. Ahora nos resulta fácil exaltar la cruz. La ponemos en nuestros templos y en nuestras casas, la colgamos de nuestro cuello, hacemos su señal repetidas veces. Nos parece algo normal en nuestra vida cristiana. Pero no era así, en tiempos de Cristo. Era un suplicio tan horroroso que los cristianos tardaron siglos en representar a Cristo clavado en ella. Era el suplicio de los peores bandidos, de los asesinos, de los revoltosos, de aquellos a los que no se quería simplemente ajusticiar, si no hacerles sufrir lo indecible antes entre morir y servir así de escarmiento para los demás. No era una muerte gloriosa la de los crucificados. Era una "muerte en serie", una muerte de código penal. La cruz era el estigma de una muerte vil, despreciable. Y ese fue, precisamente, el modo de morir que sufrió Cristo para nuestra redención. Pero, en esa muerte ignominiosa, está su victoria. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí". La cruz es su trono. Y también el nuestro. Porque, desde la humillación de Cristo en la cruz, arranca nuestra propia elevación. Se dejó elevar en el tormento para elevarnos a nosotros, para levantarnos de nuestra caída. Con la cruz tira de todos nosotros, para qué subamos juntamente con Él. La señal de la Cruz será siempre nuestra victoria, porque es la Victoria del Crucificado.

jueves, 10 de septiembre de 2009

Ineffabilis Deus




INEFFABILIS DEUS
Epístola apostólica de Pío IX
8 de diciembre de 1854



1. María en los planes de Dios

El inefable Dios, cuya conducta es misericordia y verdad, cuya voluntad es omnipotencia y cuya sabiduría alcanza de límite a límite con fortaleza y dispone suavemente todas las cosas, habiendo, previsto desde toda la eternidad la ruina lamentabilísima de todo el género humano, que había de provenir de la transgresión de Adán, y habiendo decretado, con plan misterioso escondido desde la eternidad, llevar al cabo la primitiva obra de su misericordia, con plan todavía más secreto, por medio de la encarnación del Verbo, para que no pereciese el hombre impulsado a la culpa por la astucia de la diabólica maldad y para que lo que iba a caer en el primer Adán fuese restaurado más felizmente en el segundo, eligió y señaló, desde el principio y antes de los tiempos, una Madre, para que su unigénito Hijo, hecho carne de ella, naciese, en la dichosa plenitud de los tiempos, y en tanto grado la amó por encima de todas las criaturas, que en sola ella se complació con señaladísima benevolencia. Por lo cual tan maravillosamente la colmó de la abundancia de todos los celestiales carismas, sacada del tesoro de la divinidad, muy por encima de todos los án­geles y santos, que Ella, absolutamente siempre libre de toda mancha de pecado y toda hermosa y perfecta, manifestase tal plenitud de inocencia y santidad, que no se concibe en modo alguno mayor después de Dios y nadie puede imaginar fuera de Dios.
Y, por cierto era convenientísimo que brillase siempre adornada de los resplandores de la perfectísima santidad y que re­portase un total triunfo de la antigua serpiente, enteramente inmune aun de la misma mancha de la culpa original, tan venerable Madre, a quien Dios Padre dispuso dar a su único Hijo, a quien ama como a sí mismo, engendrado como ha sido igual a sí de su corazón, de tal manera que naturalmente fuese uno y el mismo Hijo común de Dios Padre y de la Virgen, y a la que el mismo Hijo en persona determinó hacer sustancialmente su Madre y de la que el Espíritu Santo quiso e hizo que fuese concebido y naciese Aquel de quien él mismo procede.

2. Sentir de la Iglesia respecto a la concepción inmaculada

Ahora bien, la Iglesia católica, que, de continuo ense­ñada por el Espíritu Santo, es columna y fundamento firme de la verdad, jamás desistió de explicar, poner de manifiesto y dar calor, de variadas e ininterrumpidas maneras y con hechos cada vez más espléndidos, a la original inocencia de la augusta Virgen, junto con su admirable santidad, y muy en conso­nancia con la altísima dignidad de Madre de Dios, por tenerla como doctrina recibida de lo alto y contenida en el depó­sito de la revelación. Pues esta doctrina, en vigor desde las más antiguas edades, íntimamente inoculada en los espíritus de los fieles, y maravillosamente propagada por el mundo católico por los cuidados afanosos de los sagrados prelados, espléndidamente la puso de relieve la Iglesia misma cuando no titubeó en proponer al público culto y veneración de los fieles la Concepción de la misma Virgen. Ahora bien, con este glorioso hecho, por cierto presentó al culto la Concepción de la misma Virgen como algo singular, maravilloso y muy distinto de los principios de los demás hombres y perfectamente santo, por no celebrar la Iglesia, sino festividades de los santos. Y por eso acostumbró a emplear en los oficios eclesiásticos y en la sagrada liturgia aún las mismísimas palabras que emplean las divinas Escrituras tratando de la Sabiduría increada y describiendo sus eternos orígenes, y aplicarla a los principios de la Virgen, los cuales habían sido predeterminados con un mismo decreto, juntamente con la encarnación de la divina Sabiduría.

Y aun cuando todas estas cosas, admitidas casi universalmente por los fieles, manifiesten con qué celo haya mantenido también la misma romana Iglesia, madre y maestra de todas las iglesias, la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo de eso, los gloriosos hechos de esta Iglesia son muy dignos de ser uno a uno enumerados, siendo como es tan grande su dignidad y autoridad, cuanta absolutamente se debe a la que es centro de la verdad y unidad católica, en la cual sola ha sido custodiada inviolablemente la religión y de la cual todas las demás iglesias han de recibir la tradición de la fe. Así que la misma romana Iglesia no tuvo más en el corazón que profesar, propugnar, propagar y defender la Concepción Inmaculada de la Virgen, su culto y su doctrina, de las maneras más significativas.

3. Favor prestado por los papas al culto de la Inmaculada

Muy clara y abiertamente por cierto testimonian y declaran esto tantos insignes hechos de los Romanos Pontífices, nuestros predecesores, a quienes en la persona del Príncipe de los Apóstoles encomendó el mismo Cristo Nuestro Señor el supremo cuidado y potestad de apacentar los corderos y las ovejas, de robustecer a los hermanos en la fe y de regir y gobernar la universal Iglesia. Ahora bien, nuestros predecesores se gloriaron muy mucho de establecer con su apostólica autoridad, en la romana Iglesia la fiesta de la Concepción, y darle más auge y esplendor con propio oficio y misa propia, en los que clarísimamente se afirmaba la prerrogativa de la inmunidad de la mancha hereditaria, y de promover y ampliar con toda suerte de industrias el culto ya establecido, ora con la concesión de indulgencias, ora con el permiso otorgado a las ciudades, provincias y reinos de que tomasen por patrona a la Madre de Dios bajo el título de la Inmaculada Concepción, ora con la aprobación de sodalicios, congregaciones, institutos religiosos fundados en honra de la Inmaculada Concepción, ora alabando la piedad de los fundadores de monasterios, hospitales, altares, templos bajo el título de la Inmaculada Concepción, o de los que se obligaron con voto a defender valientemente la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Grandísima alegría sintieron además en decretar que la, festividad de la Concepción debía considerarse por toda la Iglesia exactamente como la de la Natividad, y que debía celebrarse por la universal Iglesia con octava, y que debía ser guardada santamente por todos como las de precepto, y que había de haber capilla papal en nuestra patriarcal basílica Liberiana anualmente el día dedicado a la Concepción de la Virgen. Y deseando fomentar cada día más en las mentes de los fieles el conocimiento de la doctrina de la Concepción Inmaculada de María Madre de Dios y estimularles al culto y veneración de la mis­ma Virgen concebida sin mancha original, gozáronse en conceder, con la mayor satisfacción posible, permiso para que públicamente se proclamase en las letanías lauretanas, y en él mismo prefacio de la misa, la Inmaculada Concepción de la Virgen, y se estableciese de esa manera con la ley misma de orar la norma de la fe. Nos, además, siguiendo fielmente las huellas de tan grandes predecesores, no sólo tuvimos por buenas y aceptamos todas las cosas piadosísima y sapientísimamente por los mismos establecidas, sino también, recordando lo determinado por Sixto IV, dimos nuestra autorización al oficio propio de la Inmaculada Concepción y de muy buen grado concedimos su uso a la universal Iglesia.

4. Se debe a los papas la determinación exacta del culto de la Inmaculada

Mas, como quiera que las cosas relacionadas con el culto está intima y totalmente ligadas con su objeto, y no pueden permanecer firmes en su buen estado si éste queda envuelto en la vaguedad y ambigüedad, por eso nuestros predecesores romanos Pontífices, qué se dedicaron con todo esmero al esplendor del culto de la Concepción, pusieron tam­bién todo su empeño en esclarecer e inculcar su objeto y doctrina. Pues con plena claridad enseñaron que se trataba de festejar la concepción de la Virgen, y proscribieron, como falsa y muy lejana a la mente de la Iglesia, la opinión de los que opinaban y afirmaban que veneraba la Iglesia, no la concepción, sino la santificación. Ni creyeron que debían tratar con suavidad a los que, con el fin de echar por tierra la doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen, distinguiendo entre el primero o y segundo instante y momento de la concepción, afirmaban que ciertamente se celebraba la concepción, mas no en el primer instante y momento. Pues nuestros mismos predecesores juzgaron que era su deber defender y propugnar con todo celo, como verdadero Objeto del culto, la festividad de la Concepción de la santísima Virgen, y concepción en el primer instante. De ahí las palabras verdaderamente decisivas con que Alejandro VII, nuestro predecesor, declaró la clara mente de la Iglesia, diciendo: Antigua por cierto es la piedad de los fieles cristianos para con la santísima Madre Virgen María, que sienten que su alma, en el pri­mer instante de su creación e infusión en el cuerpo, fue preservada inmune de la mancha del pecado original, por singular gracia y privilegio de Dios, en atención a los méritos de su hijo Jesucristo, redentor del género humano, y que, en este sentido, veneran y celebran con solemne ceremonia la fiesta de su Concepción. (Const. "Sollicitudo omnium Ecclesiarum", 8 de diciembre de 1661).

Y, ante todas cosas, fue costumbre también entre los mismos predecesores nuestros defender, con todo cuidado, celo y esfuerzo, y mantener incólume la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Madre de Dios. Pues no solamente no toleraron en modo alguno que se atreviese alguien a mancillar y censurar la doctrina misma, antes, pasando más adelante, clarísima y repetidamente declararon que la doctrina con la que profesamos la Inmaculada Concepción de la Virgen era y con razón se tenía por muy en armonía con el culto eclesiástico y por antigua y casi universal, y era tal que la romana Iglesia se había encargado de su fomento y defensa y que era dignísima que se le diese cabida en la sagrada liturgia misma y en las oraciones públicas

5. Los papas prohibieron la doctrina contraria

Y, no contentos con esto, para que la doctrina misma de la Concepción Inmaculada de la Virgen permaneciese intacta, prohibieron severamente que se pudiese defender
pública o privadamente la opinión contraria a esta doctrina y quisieron acabar con aquella a fuerza de múltiples golpes mortales. Esto no obstante, y a pesar de repetidas y clarísimas declaraciones, pasaron a las sanciones, para que estas no fueran vanas. Todas estas cosas comprendió el citado predecesor nuestro Alejandro VII con estas palabras:"Nos, considerando que la Santa Romana Iglesia celebra solemnemente la festividad de la Inmaculada siempre Virgen María, y que dispuso en otro tiempo un oficio especial y propio acerca de esto, conforme a la piadosa, devota, y laudable práctica que entonces emanó de Sixto IV, Nuestro Predecesor: y queriendo, a ejemplo de los Romanos Pontífices, Nuestros Predecesores, favorecer a esta laudable piedad y devoción y fiesta, y al culto en consonancia con ella, y jamás cambiado en la Iglesia Romana después de la institución del mismo, y (queriendo), además, salvaguardar esta piedad y devoción de venerar y celebrar la Santísima Virgen preservada del pecado original, claro está, por la gracia proveniente del Espíritu Santo; y deseando conservar en la grey de Cristo la unidad del espíritu en los vínculos de la paz (Efes. 4, 3), apaciguados los choques y contiendas y, removidos los escándalos: en atención a la instancia a Nos presentada y a las preces de los mencionados Obispos con los cabildos de sus iglesias y del rey Felipe y de sus reinos; renovamos las Constituciones y decretos promulgados por los Romanos Pontífices, Nuestro Predecesores, y principalmente por Sixto IV, Pablo V y Gregorio XV en favor de la sentencia que afirma que el alma de Santa María Virgen en su creación, en la infusión del cuerpo fue obsequiada con la gracia del Espíritu Santo y preservada del pecado original y en favor también de la fiesta y culto de la Concepción de la misma Virgen Madre de Dios, prestado, según se dice, conforme a esa piadosa sentencia, y mandamos que se observe bajo las censuras y penas contenidas en las mismas Constituciones.
Y además, a todos y cada uno de los que continuaren interpretando las mencionadas Constituciones o decretos, de suerte que anulen el favor dado por éstas a dicha sentencia y fiesta o culto tributado conforme a ella, u osaren promover una disputa sobre esta misma sentencia, fiesta o culto, o hablar, predicar, tratar, disputar contra estas cosas de cualquier manera, directa o indirectamente o con cualquier pretexto, aún examinar su definibilidad, o de glosar o interpretar la Sagrada Escritura o los Santos Padres o Doctores, finalmente con cualquier pretexto u ocasión por escrito o de palabra, determinando y afirmando cosa alguna contra ellas, ora aduciendo argumentos contra ellas y dejándolos sin solución, ora discutiendo de cualquier otra manera inimaginable; fuera de las penas y censuras contenidas en las Constituciones de Sixto IV, a las cuales queremos someterles, y por las presentes les sometemos, queremos también privarlos del permiso de predicar, dar lecciones públicas, o de enseñar, y de interpretar, y de voz activa y pasiva en cualesquiera elecciones por el hecho de comportarse de ese modo y sin otra declaración alguna en las penas de inhabilidad perpetua para predicar y dar lecciones públicas, enseñar e interpretar; y que no pueden ser absueltos o dispensados de estas cosas sino por Nos mismo o por Nuestros Sucesores los Romanos Pontífices; y queremos asimismo que sean sometidos, y por las presentes sometemos a los mismos a otras penas infligibles, renovando las Constituciones o decretos de Paulo V y de Gregorio XV, arriba mencionados.
Prohibimos, bajo las penas y censuras contenidas en el Índice de los libros prohibidos, los libros en los cuales se pone en duda la mencionada sentencia, fiesta o culto conforme a ella, o se escribe o lee algo contra esas cosas de la manera que sea, como arriba queda dicho, o se contienen frase, sermones, tratados y disputas contra las mismas, editados después del decreto de Paulo V arriba citado, o que se editaren de la manera que sea en lo porvenir por expresamente prohibidos, ipso facto y sin más declaración."

6. Sentir unánime de los doctos obispos y religiosos

Mas todos saben con qué celo tan grande fue expuesta, afirmada y defendida esta doctrina de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios por las esclarecidísimas familias religiosas y por las más concurridas academias teológicas y por los aventajadísimos doctores en la ciencia de las cosas divinas. Todos, asimismo, saben con qué solicitud tan grande hayan abierta y públicamente profesado los obispos, aun en las mismas asambleas eclesiásticas, que la santísima Madre de Dios, la Virgen María, en previsión de los merecimientos de Cristo Señor Redentor, nunca estuvo sometida al pecado, sino que fue totalmente preservada de la mancha original, y, de consiguiente, redimida de más sublime manera.

7. El concilio de Trento y la tradición

Ahora bien, a estas cosas se añade un hecho verdaderamente de peso y sumamente extraordinario, conviene a saber: que también el concilio Tridentino mismo, al promulgar el decreto dogmático del pecado original, por el cual estableció y definió, conforme a los testimonios de las sagradas Escrituras y de los Santos Padres y de los recomendabilísimos concilios, que los hombres nacen manchados por la culpa original, sin embargo, solemnemente declaró que no era su intención incluir a la santa e Inmaculada Virgen Madre de Dios en el decreto mismo y en una definición tan amplia. Pues con esta declaración suficientemente insinuaron los Padres tridentinos, dadas las circunstancias de las cosas y de los tiempos, que la misma santísima Virgen había sido librada de la mancha original, y hasta clarísimamente dieron a entender que no podía aducirse fundadamente argumento alguno de las divinas letras, de la tradición, de la autoridad de los Padres que se opusiera en manera alguna a tan grande prerrogativa de la Virgen.

Y, en realidad de verdad, ilustres monumentos de la venerada antigüedad de la Iglesia oriental y occidental vigorosísimamente testifican que esta doctrina de la Concepción Inmaculada de la santísima, Virgen, tan espléndidamente explicada, declarada, confirmada cada vez más por el gravísimo sentir, magisterio, estudio, ciencia y sabiduría de la Iglesia, y tan maravillosamente propagada entre todos los pueblos y naciones del orbe católico, existió siempre en la misma Iglesia como recibida de los antepasados y distinguida con el sello de doctrina revelada.

Pues la Iglesia de Cristo, diligente custodia y defensora de los dogmas a ella confiados, jamás cambia en ellos nada, ni disminuye, ni añade, antes, tratando fiel y sabiamente con todos sus recursos las verdades que la antigüedad ha esbozado y la fe de los Padres ha sembrado, de tal manera trabaja por li­marlas y pulirlas, que los antiguos dogmas de la celestial doctrina reciban claridad, luz, precisión, sin que pierdan, sin embargo, su plenitud, su integridad, su índole propia, y se desarrollen tan sólo según su naturaleza; es decir el mismo dogma, en el mismo sentido y parecer.

8. Sentir de los Santos Padres y de los escri­tores eclesiásticos

Y por cierto, los Padres y escritores de la Iglesia, adoctrinados por las divinas enseñanzas, no tuvieron tanto en el corazón, en los libros compuestos para explicar las Escrituras, defender los dogmas, y enseñar a los fieles, como el predicar y ensalzar de muchas y maravillosas maneras, y a porfía, la altísima santidad de la Virgen, su dignidad, y su inmunidad de toda mancha de pecado, y su gloriosa victoria del terrible enemigo del humano linaje.

9. El Protoevangelio

Por lo cual, al glosar las palabras con las que Dios, vaticinando en los principios del mundo los remedios de su piedad dispuestos para la reparación de los mortales, aplastó la osadía de la engañosa serpiente levantó maravillosamente la esperanza de nuestro linaje, diciendo: Pondré enemistad entre ti y la mujer, entre tu descendencia y la suya; enseñaron que, con este divino oráculo, fue de antemano designado clara y patentemente el misericordioso Redentor del humano linaje, es decir, el unigénito Hijo de Dios Cristo Jesús, y designada la santísima Madre, la Virgen María, y al mismo tiempo brillantemente puestas de relieve las mismísimas enemistades de entrambos contra el diablo. Por lo cual, así como Cristo, mediador de Dios y de los hombres, asumida la naturaleza humana, borrando la escritura del decreto que nos era contrario, lo clavó triunfante en la cruz, así la santísima Virgen, unida a Él con apretadísimo e indisoluble vínculo hostigando con Él y por Él eternamente a la venenosa serpiente, y de la misma triunfando en toda la línea, trituró su cabeza con el pie inmaculado.

10. Figuras bíblicas de María

Este eximio y sin par triunfo de la Virgen, y excelentísima inocencia, pureza, santidad y su integridad de toda mancha de pecado e inefable abundancia y grandeza de todas las gracias, virtudes y privilegios, viéronla los mismos Padres ya en el arca de Noé que, providencialmente construida, salió totalmente salva e incólume del común naufragio de todo el mundo; ya en aquella escala que vio Jacob que llegaba de la tierra al cielo y por cuyas gradas subían y bajaban los ángeles de Dios y en cuya cima se apoyaba el mismo Señor; ya en la zarza aquélla que contempló Moisés arder de todas partes y entré el chisporroteo de las llamas no se consumía o se gastaba lo más mínimo, sino que hermosamente reverdecía y florecía; ora en aquella torre inexpugnable al enemigo, de la cual cuelgan mil escudos y toda suerte de armas de los fuertes; ora en aquel huerto cerrado que no logran violar ni abrir fraudes y trampas algunas; ora en aquella resplandeciente ciudad de Dios, cuyos fundamentos se asientan en los montes santos a veces en aquel augustísimo templo de Dios que, aureola­do de resplandores divinos, está lleno, de la gloria de Dios; a veces en otras verdaderamente innumerables figuras de la misma clase, con las que los Padres enseñaron que había sido vaticinada claramente la excelsa dignidad de la Madre de Dios, y su incontaminada inocencia, y su santidad, jamás sujeta a mancha alguna.

11. Los profetas

Para describir este mismo como compendio de divinos dones y la integridad original de la Virgen, de la que nació Jesús, los mismos [Padres], sirviéndose de las palabras de los profetas, no festejaron a la misma augusta Virgen de otra manera que como a paloma pura, y a Jerusalén santa, y a trono excelso de Dios, y a arca de santificación, y a casa que se construyó la eterna Sabiduría, y a la Reina aquella que, rebosando felicidad y apoyada en su Amado, salió de la boca del Altísimo absolutamente perfecta, hermosa y queridísima de Dios y siempre libre de toda mancha.

12. El Ave María y el Magnificat

Mas atentamente considerando los mismos Padres y escritores de la Iglesia que la santísima Virgen había sido llamada llena de gracia, por mandato y en nombre del mismo Dios, por el Gabriel cuando éste le anunció la altísima dignidad de Madre de Dios, enseñaron que, con ese singular y solemne saludo, jamás oído, se manifestaba que la Madre de Dios era sede de todas las gracias divinas y que estaba adornada de todos los carismas del divino Espíritu; más aún, que era como tesoro casi infinito de los mismos, y abismo inagotable, de suerte que, jamás sujeta a la maldición y partícipe, juntamente con su Hijo, de la perpetua bendición, mereció oír de Isabel, inspirada por el divino Espíritu: Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre.

De ahí se deriva su sentir no menos claro. que unánime, según el cual la gloriosísima Virgen, en quien hizo cosas grandes el Poderoso, brilló con tal abundancia de todos los dones celestiales, con tal plenitud de gracia y con tal inocencia, que resultó como un inefable milagro de Dios, más aún, como el milagro cumbre de todos los milagros y digna Madre de Dios, y allegándose a Dios mismo, según se lo permitía la condición de criatura, lo más cerca posible, fue superior a toda alabanza humana y angélica.

13. Paralelo entre María y Eva

Y, de consiguiente, para defender la original inocencia y santidad de la Madre de Dios, no sólo la compararon muy frecuentemente con Eva todavía virgen, todavía inocente, todavía incorrupta y todavía no engaña a por as mortíferas asechanzas de la insidiosísima serpiente, sino también la antepusieron a ella con maravillosa variedad de palabras y pensamientos. Pues Eva, miserablemente complaciente con la serpiente, cayó de la original inocencia y se convirtió en su esclava; mas la santísima Virgen aumentando de continuo el don original, sin prestar jamás atención a la serpiente, arruinó hasta los cimientos su poderosa fuerza con la virtud recibida de lo alto.

14. Expresiones de alabanza

Por lo cual jamás dejaron de llamar a la Madre de Dios o lirio entre espinas, o tierra absolutamente intacta, virginal, sin mancha , inmaculada, siempre bendita, y libre de toda mancha de pecado, de la cual se formó el nuevo Adán; o paraíso intachable, vistosísimo, amenísimo de inocencia, de inmortalidad y de delicias, por Dios mismo plantado y defendido de toda intriga de la venenosa serpiente; o árbol inmarchitable, que jamás carcomió el gusano del pecado; o fuente siempre limpia y sellada por la virtud del Espíritu Santo; o divinísimo templo o tesoro de inmortalidad, o la única y sola hija no de la muerte, sino de la vida, germen no de la ira, sino de la gracia, que, por singular providencia de Dios, floreció siempre vigoroso de una raíz corrompida y dañada, fuera de las leyes comúnmente establecidas. Mas, como si éstas cosas, aunque muy gloriosas, no fuesen suficientes, declararon, con propias y precisas expresiones, que, al tratar de pecados, no se había de hacer la más mínima mención de la santa Virgen María, a la cual se concedió más gracia para triunfar totalmente del pecado; profesaron además que la gloriosísima Virgen fue reparadora de los padres, vivificadora de los descendientes, elegida desde la eternidad, preparada para sí por el Altísimo, vaticinada por Dios cuando dijo a la serpiente: Pondré enemistades entre ti y la mujer, que ciertamente trituró la venenosa cabeza de la misma serpiente, y por eso afirmaron que la misma santísima Virgen fue por gracia limpia de toda mancha de pecado y libre de toda mácula de cuerpo, alma y entendimiento, y que siempre estuvo con Dios, y unida con Él con eterna alianza, y que nunca estuvo en las tinieblas, sino en la luz, y, de consiguiente, que fue aptísima morada para Cristo, no por disposición corporal, sino por la gracia original.

A éstos hay que añadir los gloriosísimos dichos con los que, hablando de la concepción de la Virgen, atestiguaron que la naturaleza cedió su puesto a la gracia, paróse trémula y no osó avanzar; pues la Virgen Madre de Dios no había de ser concebida de Ana antes que la gracia diese su fruto: porque convenía, a la verdad, que fuese concebida la primogénita de la que había de ser concebido el primogénito de toda criatura.

15. ¡¡Inmaculada!!

Atestiguaron que la carne de la Virgen tomada de Adán no recibió las manchas de Adán, y, de consiguiente, que la Virgen Santísima es el tabernáculo creado por el mismo Dios, formado por el Espíritu Santo, y que es verdaderamente de púrpura, que el nuevo Beseleel elaboró con variadas labores de oro, y que Ella es, y con razón se la celebra, como la primera y exclusiva obra de Dios, y como la que salió ilesa de los igníferos dardos del maligno, y como la que hermosa por naturale­za y totalmente inocente, apareció al mundo como aurora brillantísima en su Concepción Inmaculada. Pues no caía bien que aquel objeto de elección fuese atacado, de la universal miseria, pues, diferenciándose inmensamente de los demás, participó de la naturaleza, no de la culpa; más aún, muy mucho convenía que como el unigénito tuvo Padre en el cielo, a quien los serafines ensalzan por Santísimo, tuviese también en la tierra Madre que no hubiera jamás sufrido mengua en el brillo de su santidad.

Y por cierto, esta doctrina había penetrado en las mentes y corazones de los antepasados de tal manera, que prevaleció entre ellos la singular y maravillosísima manera de hablar con la que frecuentísimamente se dirigieron a la Madre de Dios llamándola inmaculada, y bajo todos los conceptos inmaculada, inocente e inocentísima, sin mancha y bajo todos los aspectos, inmaculada, santa y muy ajena a toda mancha, toda pura, toda sin mancha, y como el ideal de pureza e inocencia, más hermosa que la hermosura, mas ataviada que el mismo ornato, mas santa que la santidad, y sola santa, y purísima en el alma y en el cuerpo, que superó toda integridad y virginidad, y sola convertida totalmente en domicilio de todas las gracias del Espíritu Santo, y que, la excepción de sólo Dios, resultó superior a todos, y por naturaleza más hermosa y vistosa y santa que los mismos querubines y serafines y que toda la muchedumbre de los ángeles, y cuya perfección no pueden, en modo alguno, glorificar dignamente ni las lenguas de los ángeles ni las de los hombres. Y nadie desconoce que este modo de hablar fue trasplantado como espontáneamente, a la santísima liturgia y a los oficios eclesiásticos, y que nos encontramos a cada paso con él y que lo llena todo, pues en ellos se invoca y proclama a la Madre de Dios como única paloma de intachable hermosura, como rosa siempre fresca, y en todos los aspectos purísima, y siempre inmaculada y siempre santa, y es celebrada como la inocencia, que nunca sufrió menoscabo, y, como segunda Eva, que dio a luz al Emmanuel.

16. Universal consentimiento y peticiones de la definición dogmática

No es, pues, de maravillar que los pastores de la misma Iglesia y los pueblos fieles se hayan gloriado de profesar con tanta piedad, religión y amor la doctrina de la Concepción Inmaculada de la Virgen Madre de Dios, según el juicio de los Padres, contenida en las divinas Escrituras, confiada a la pos­teridad con testimonios gravísimos de los mismos, puesta de relieve y cantada por tan gloriosos monumentos de la veneranda antigüedad, y expuesta y defendida por el sentir soberano y respetabilísima autoridad de la Iglesia, de tal modo que a los mismos no les era cosa más dulce, nada más querido, que agasajar, venerar, invocar y hablar en todas partes con encendidísimo afecto a la Virgen Madre de Dios, concebida sin mancha original. Por lo cual, ya desde los remotos tiempos, los prelados, los eclesiásticos, las Ordenes religiosas, y aun los mismos emperadores y reyes, suplicaron ahincadamente a esta Sede Apostólica que fuese definida como dogma de fe católica la Inmaculada Concepción de la santísima Madre de Dios. Y estas peticiones se repitieron también en estos nuestros tiempos, y fueron muy principalmente presentadas a Gregorio XVI, nuestro predecesor, de grato recuerdo, y a Nos mismo, ya por los obispos, ya por el clero secular, ya por las familias religiosas, y por los príncipes soberanos y por los fieles pueblos. Nos, pues, teniendo perfecto conocimiento de todas estas cosas, con singular gozo de nuestra alma y pesándolas seriamen­te, tan pronto como, por un misterioso plan de la divina Providencia, fuimos elevados, aunque sin merecerlo, a esta sublime Cátedra de Pedro para hacernos cargo del gobierno de la universal Iglesia, no tuvimos, ciertamente, tanto en el, corazón, conforme a nuestra grandísima veneración, piedad y amor para con la santísima Madre de Dios, la Virgen María, ya desde la tierna infancia sentidos, como llevar al cabo todas aquellas cosas que todavía deseaba la Iglesia, conviene a saber: dar mayor incremento al honor de la santísima Virgen y poner en mejor luz sus prerrogativas.

17. Labor preparatoria

Mas queriendo extremar la prudencia, formamos una congregación, de NN. VV. HH. de los cardenales de la S.R.I., distinguidos por su piedad, don de consejo y ciencia de las cosas divinas, y escogimos a teólogos eximios, tanto el clero secular como regular, para que considerasen escrupulosamente todo lo referente a la Inmaculada Concepción de la Virgen y nos expusiesen su propio parecer. Mas aunque, a juzgar por las peticiones recibidas, nos era plenamente conocido el sentir decisivo de muchísimos prelados acerca de la definición de la Concepción Inmaculada de la Virgen, sin embargo, escribimos el 2 de febrero de 1849 en Cayeta una carta encíclica, a todos los venerables hermanos del orbe católico, los obispos, con el fin de que, después de orar a Dios, nos manifestasen también a Nos por escrito cuál era la piedad y devoción de sus fieles para con la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios, y qué sentían mayormente los obispos mismos acerca de la definición o qué deseaban para poder dar nuestro soberano fallo de la manera más solemne posible.

No fue para Nos consuelo exiguo la llegada de las respuestas de los venerables hermanos. Pues los mismos, respondiéndonos con una increíble complacencia, alegría y fervor, no sólo reafirmaron la piedad y sentir propio y de su clero y pueblo respecto de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen, sino también todos a una ardientemente nos pidieron que definiésemos la Inmaculada Concepción de la Virgen con nuestro supremo y autoritativo fallo. Y, entre tanto, no nos sentimos ciertamente inundados de menor gozo cuando nuestros venerables hermanos los cardenales de la S.R.I., que formaban la mencionada congregación especial, y los teólogos dichos elegidos por Nos, después de un diligente examen de la cuestión, nos pidieron con igual entusiasta fervor la definición de la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios.

Después de estas cosas, siguiendo las gloriosas huellas de nuestros predecesores, y deseando proceder con omnímoda rectitud, convocamos y celebramos consistorio, en el cual dirigimos la palabra a nuestros venerables hermanos los cardenales de la santa romana Iglesia, y con sumo consuelo de nuestra alma les oímos pedirnos que tuviésemos a bien definir el dogma de la Inmaculada Concepción de la Virgen Madre de Dios.

Así, pues, extraordinariamente confiados en el Señor de que ha llegado el tiempo oportuno de definir la Inmaculada Concepción de la Madre de Dios la Virgen María, que maravillosamente esclarecen y declaran las divinas Escrituras, la venerable tradición, el perpetuó sentir de la Iglesia, el ansia unánime y singular de los católicos prelados y fieles, los famosos hechos y constituciones de nuestros predecesores; consideradas todas las cosas con suma diligencia, y dirigidas a Dios constantes y fervorosas oraciones, hemos juzgado que Nos, no debíamos, ya titubear en sancionar o definir con nuestro fallo soberano la Inmaculada Concepción de la Virgen, y de este modo complacer a los piadosísimos deseos del orbe católico, y a nuestra piedad con la misma santísima Virgen, y juntamente glorificar y más y más en ella a su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, pues redunda en el Hijo el honor y alabanza dirigidos a la Madre.

18. Definición

Por lo cual, después de ofrecer sin interrupción a Dios Padre, por medio de su Hijo, con humildad y penitencia, nuestras privadas oraciones y las públicas de la Iglesia, para que se dignase dirigir y afianzar nuestra mente con la virtud del Espíritu Santo, implorando el auxilio de toda corte celestial, e invocando con gemidos el Espíritu paráclito, e inspirándonoslo él mismo, para honra de la santa e individua Trinidad, para gloria y prez de la Virgen Madre de Dios, para exaltación de la fe católica y aumento de la cristiana religión, con la autoridad de nuestro Señor Jesucristo, con la de los santos apóstoles Pedro y Pablo, y con la nuestra: declaramos, afirmamos y definimos que ha sido revelada por Dios, y de consiguiente, qué debe ser creída firme y constantemente por todos los fieles, la doctrina que sostiene que la santísima Virgen María fue preservada inmune de toda mancha de culpa original, en el primer instante de su concepción, por singular gracia y privilegio de Dios omnipotente, en atención a los méritos de Jesucristo, salvador del género humano. Por lo cual, si algunos presumieren sentir en su corazón contra los que Nos hemos definido, que Dios no lo permita, tengan entendido y sepan además que se condenan por su propia sentencia, que han naufragado en la fe, y que se han separado de la unidad de la Iglesia, y que además, si osaren manifestar de palabra o por escrito o de otra cualquiera manera externa lo que sintieren en su corazón, por lo mismo quedan sujetos a las penas establecidas por el derecho.

19. Sentimientos de esperanza y exhortación final

Nuestra boca está llena de gozo y nuestra lengua de júbilo, y damos humildísimas y grandísimas gracias a nuestro Señor Jesucristo, y siempre se las daremos, por habernos concedido aun sin merecerlo, el singular beneficio de ofrendar y decretar este honor, esta gloria y alabanza a su santísima Madre. Mas sentimos firmísima esperanza y confianza absoluta de que la misma santísima Virgen, que toda hermosa e inmaculada trituró la venenosa cabeza de la cruelísima serpiente, y trajo la salud al mundo, y que gloria de los profetas y apóstoles, y honra de los mártires, y alegría y corona de todos los santos, y que refugio segurísimo de todos los que peligran, y fidelísima auxiliadora y poderosísima mediadora y conciliadora de todo el orbe de la tierra ante su unigénito Hijo, y gloriosísima gloria y ornato de la Iglesia santo, y firmísimo baluarte destruyó siempre todas las herejías, y libró siempre de las mayores calamidades de todas clases a los pueblos fieles y naciones, y a Nos mismo nos sacó de tantos amenazadores peligros; hará con su valiosísimo patrocinio que la santa Madre católica Iglesia, removidas todas las dificultades, y vencidos todos los errores, en todos los pueblos, en todas partes, tenga vida cada vez más floreciente y vigorosa y reine de mar a mar y del río hasta los términos de la tierra, y disfrute de toda paz, tranquilidad y libertad, para que consigan los reos el perdón, los enfermos el remedio, los pusilánimes la fuerza, los afligidos el consuelo, los que peligran la ayuda oportuna, y despejada la oscuridad de la mente, vuelvan al camino de la verdad y de la justicia los desviados y se forme un solo redil y un solo pastor.

Escuchen estas nuestras palabras todos nuestros queridísimos hijos de la católica Iglesia, y continúen, con fervor cada vez más encendido de piedad, religión y amor, venerando, invocando, orando a la santísima Madre de Dios, la Virgen María, concebida sin mancha de pecado original, y acudan con toda confianza a esta dulcísima Madre de misericordia y gra­cia en todos los peligros, angustias, necesidades, y en todas las situaciones oscuras y tremendas de la vida. Pues nada se ha de temer, de nada hay que desesperar, si ella nos guía, patrocina, favorece, protege, pues tiene para con nosotros un corazón maternal, y ocupada en los negocios de nuestra salvación, se preocupa de todo el linaje humano, constituida por el Señor Reina del cielo y de la tierra y colocada por encima de todos los coros de los ángeles y coros de los santos, situada a la derecha de su unigénito Hijo nuestro Señor Jesucristo, alcanza con sus valiosísimos ruegos maternales y encuentra lo que busca, y no puede, quedar decepcionada.

Finalmente, para que llegué al conocimiento de la universal Iglesia esta nuestra definición de la Inmaculada Concepción de la santísima Virgen María, queremos que, como perpetuo recuerdo, queden estas nuestras letra apostólicas; y mandamos que a sus copias o ejemplares aún impresos, firmados por algún notario público y resguardados por el sello de alguna persona eclesiástica constituida en dignidad, den todos, exactamente el mismo crédito que darían a éstas, si les fuesen presentadas y mostradas.

A nadie, pues, le sea permitido quebrantar esta, página de nuestra declaración, manifestación, y definición, y oponerse a ella y hacer la guerra con osadía temeraria. Mas si alguien presumiese intentar hacerlo, sepa que incurrirá en la indignación de Dios y de los santos apóstoles Pedro y Pablo.

Dado el 8 de diciembre de 1854.
Pío IX

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Libros de Madre Mercedes


HACIA EL AMOR PERFECTO

¿Se llamará autobiografía doctrinal este género literario? Tendría que designarlo así quien conociese la trayectoria vital de la autora, porque la M. Mercedes de Jesús, Abadesa de las Monjas Concepcionistas de Alcázar de San Juan, no habría pensado nunca que eso era su presente obra. Cuando el Concilio Vaticano II indicó a los Consagrados que tenían que volver a beber en sus Fuentes, la M. Mercedes echó los cangilones de la noria de su espíritu concepcionista en el alma de Santa Beatriz de Silva; con el frescor que subía desde el manantial de la Orden Monástica diseñada en la Bula Inter Universa de Inocencio VIII, en 1489, se decidió a no detenerse en la ascensión del empinado Monte de la renovación. Eso es lo que aquí se describe: las etapas del empeño por remontar los obstáculos que se oponen a que un corazón enamorado del misterio que reverbera en la Inmaculada vaya logrando parecerse al diseño de Dios; porque en María pervive el modo original que Dios-Trinidad quería para la existencia de las personas que salen de sus manos. Y ese modo de vivir, el CONCEPCIONISTA, es apto para Consagrados, para Ministros y para Fieles cristianos corrientes...
D. Antonio Lizcano. Diócesis de Ciudad Real



EJERCICIOS ESPIRITUALES
Aquí está la última exposición del espíritu concepcionista tal como lo ha vivido la Madre Mercedes y tal como lo ha deseado vehementemente trasmitir a las Monjas que profesan el carisma de Sta Beatriz de Silva.
Aquí todo es: Dios Padre-Creador, Dios Hijo-Redentor, Dios Espíritu Santo-Santificador... Y todo eso contemplado desde El Monte Santo de la Concepción, porque María, La Inmaculada, es el espejo en el que se refleja nítida la figura de la persona humana tal como Dios la quiere, sólo que Ella lo es del modo enteramente singular logrado preventivamente por la Redención; o sea, tal como la reconoció carismáticamente Sta Beatriz de Silva en la segunda mitad del S. XV.
Aquí todo es lo que la autora dice en la primera plática, que ella titula FUNDAMENTOS. Aquí todo es:
• Ahondar en las raíces existenciales que Dios Creador alumbró para cada uno al hacernos a su imagen y semejanza;
• Tratar de reconocer nuestra mediocridad, cuando no nuestra perdición, al no corresponder coherentemente a lo que somos por voluntad de Dios;
• Intentar dejar al Espíritu Santo que recomponga en nosotros, con nuestra cooperación, la imagen santa que el Hijo-Redentor ha dejado como verdad a cada uno de nosotros con la obra de su encarnación redentora...

jueves, 3 de septiembre de 2009

El Misterio de la Inmaculada transformando en Proyecto de Vida






El Misterio de la Inmaculada
transformado en
Proyecto de vida


Antonio María Artola cp
Universidad de Deusto
Bilbao


“Santa Beatriz de Silva dio origen en Toledo a una nueva Familia Religiosa que encuentra su raíz y su razón de ser en la Iglesia en la contemplación del misterio de la Inmaculada Concepción de la Virgen María y en el empeño por imitar y reproducir sus virtudes”.

Estas palabras del Cardenal Martínez Somalo, Prefecto de la Congregación de Religiosos, acompañando el decreto de la aprobación de las nuevas Constituciones el 22 de febrero de 1993, contienen unas afirmaciones del más alto valor para comprender el sentido del Carisma inmaculista de Santa Beatriz.




La aprobación de una Orden por la Iglesia significa el reconocimiento de una realidad carismática de hecho, anterior a la misma aprobación jurídica. Primero es la intervención de Dios, llamando a una persona a fundar una familia religiosa. Luego, el establecimiento institucional de tal Carisma en el cuerpo jurisdiccional de la Iglesia. La llamada carismática que suscita a una Fundadora proviene directamente de Dios. De ahí que la reflexión sobre el carisma inmaculista de la Orden obligue a remontarse a los orígenes mismos de la fundación de la Orden, desde la intervención misma de Dios escogiendo y preparando a Santa Beatriz para fundar la Orden Concepcionista en la Iglesia. Es lo que la Carta insinúa cuando toma como su punto de partida a la persona misma de la Santa Fundadora para referirse a las Concepcionistas. Fue Santa Beatriz la que dio origen a una nueva Familia Religiosa, a la cual la Iglesia da su aprobación.

La orden de la Concepción en la mente de Dios




Pero la fundación de Toledo no es el comienzo total y absoluto de la Orden. Es menester remontarse más allá de la fundación toledana del año 1489, a los eternos designios de Dios para comprender el alcance sobrenatural de semejante evento.
He aquí cómo proceden los planes de Dios cuando decide realizar algo singular en la historia de la salvación. Según San Pablo, hay en Dios un conocimiento primero y previo que antecede a la decisión predestinadora de su voluntad (Rm 8,29). En ese conocimiento previo contempla las formas de realización concreta en la historia que puede revestir la imitación y reproducción de su esencia en el orden creado. Este conocimiento primero o ciencia de simple inteligencia contiene todas las infinitas imitabilidades de la esencia de Dios ad extra; de ellas, la sabiduría infinita de la Trinidad escoge sólo unas determinadas y concretas formas de realización. Es en esta opción divina donde interviene la predestinación, como decisión divina concreta a producir determinadas imitaciones de esa su esencia infinita. Esa predestinación tiene como imagen ejemplar a reproducir, el Misterio de Cristo como Verbo Encarnado. Dice San Pablo: “A los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen de su Hijo, para que fuera el primogénito entre muchos hermanos” (Rm 8,29). Esa predestinación supone una serie de pasos. El objeto central del decreto predestinatorio es el Misterio de Cristo, cuya reproducción decide la predestinación. Para que se reproduzca la imagen de Cristo, hay una un plan divino previo ordenado a elevar la creación a una suprema culminación de la misma, que es la Encarnación. Sólo cuando está proyectada la encarnación, se pueden producir las imitaciones consiguientes a esa realidad maravillosa del Verbo Encarnado.
Si tratamos ahora de colocar en el orden de la predestinación divina la fundación de la Orden Concepcionista, y el carisma inmaculista, tenemos que imaginamos las cosas en el siguiente orden. Hemos de retroceder en la eternidad, al instante supratemporal en que Dios decide realizar la encarnación en el seno de una Madre Inmaculada. Pero antes de desembocar en este punto final es necesario detallar de qué manera tiene lugar la multiplicación reproductiva de las imágenes de Cristo. Como la imitabilidad infinita de la esencia de Dios hace posible la variedad innumerable de las esencias creadas, también el misterio de Cristo ofrece una variedad maravillosa de imitabilidades. Es así como cada uno de los misterios de Cristo puede ser reproducido e imitado en los seres humanos: su encarnación, su nacimiento, su circuncisión, su nombre divino, su presentación en el templo, su huida al Egipto, su vida oculta, su bautismo, su retiro en el desierto, sus tentaciones, su ayuno, su vida pública, su Pasión y muerte, su Ascensión gloriosa, y su presencia eucarística, son una pequeña serie de aspectos del misterio de Cristo que pueden ser reproducidos en la vida de los cristianos.
Mas no se limita únicamente al misterio de Cristo en sí mismo la imitabilidad la Humanidad divina de Jesús. También la complementariedad que dicho misterio tiene con la persona de María constituye una peculiar manera de maravillosa imitabilidad. Y es aquí donde se adivina en qué modo la Concepción Inmaculada de María puede ser un elemento del misterio de Cristo susceptible de una imitación de parte de los hombres.
Hay en el misterio de Cristo como Verbo Encarnado, un aspecto de una singular imitabilidad y reproducibilidad. Es el hecho de su encamación en el seno de una Madre Inmaculada. No sólo es reproductible la encarnación del Verbo en la encarnación mística que viven algunas almas místicas - como la Madre Ángeles Sorazu - sino también el aspecto concreto de que tal misterio tuviera lugar en una Madre Inmaculada es un hecho maravilloso digno de ser consiencializado, vivido, y reproducido. Es aquí donde la Inmaculada Concepción, aparece como un aspecto del misterio de Cristo reproducible e imitable en las almas, como un aspecto de la unidad de Cristo y de María que posibilita un destino divino cuyo objeto es reproducir la Inmaculada Concepción. Dios puede programar la fundación de una familia religiosa que se destine a vivir e imitar ese misterio de la Encarnación Inmaculada. Puede Dios suscitar una persona sobrenaturalmente destinada a valorizar ese misterio haciendo de él el centro de su vida personal como contemplación e imitación. He aquí el lugar de la predestinación de Santa Beatriz a reproducir en su vida la Encarnación Inmaculada del Verbo y la santificación superior de María en el primer instante de su existencia. El destino a vivir de la Inmaculada es un destino a reproducir el misterio de Cristo en la dimensión de su encarnación en el seno de una Madre Inmaculada.

La Fundadora como matriz de una vocación a reproducirse
Pero la predestinación de una fundadora tiene un valor colectivo y corporativo a la vez. En efecto, una fundadora es predestinada precisamente para establecer en la Iglesia una familia que reproduzca el misterio para cuya valoración sobrenatural - contemplación e imitación - es fundada la respectiva familia. Hay, pues, un hecho llamativo en la predestinación de una fundadora. En ella se da una predestinación personal a modo de una misión a realizar en el ámbito de su individualidad irrepetible y única. Pero la vocación a fundadora significa también que esa misión personal puede ser carismáticamente reproductible en otras personas que son llamadas a vivir el mismo misterio. Pero la diferencia está en que la fundadora es predestinada a ser ella en su persona una imagen viva del misterio de la Inmaculada Concepción, mientras que la vocación característica de fundadora la predestina a ejercer una causalidad repetidora, reproductora y multiplicadora de su misión personal en otras personas que, por divina vocación, son igualmente llamadas a vivir del mismo misterio que ella.
Es aquí donde tiene lugar una configuración misteriosa que se puede llamar de la predestinación de las hijas a reproducir filialmente el misterio de la madre. Como el misterio de Cristo y de María se reproduce y repite en la individualidad de muchas personas; así, la llamada personal de una santa fundadora, se repite y multiplica en otras muchas hijas que se originan de su destino a ejercer una sobrenatural maternidad. En tales casos hay una causalidad ejemplar y reproductiva que actúa como un molde y un ejemplar capaz de producir, en una repetición siempre original y una reproducción siempre inédita, la vocación de la fundadora. Desde un modelo y un ejemplar divino único, se logra por la gracia de la llamada a una familia religiosa, unas imitaciones siempre iguales, pero siempre diferentes según las peculiaridades personales de cada uno de los llamados.

La Virgen Inmaculada de Santa Beatriz
Hay en Ef 1,3 una doctrina sobre el modo peculiar como Dios es venerado por los cristianos. Es el Dios y Padre de Nuestro Señor Jesucristo. ¿Qué quiere decir el Dios de N.S.J.C.? Esta frase alude a una manera muy singular de vivir el misterio de Dios Padre en Cristo, de modo que Dios puede ser llamado personalmente el Padre de N. S., Jesucristo. El Dios de N. S. Jesucristo es el Dios Padre tal como fue revelado y vivido por la Humanidad de Jesús.
En el AT - en un mundo politeísta - los dioses eran llamados con el nombre de algún adorador suyo que creaba un grupo de seguidores: Así aparecen numerosos dioses llamados con diversos nombres: “el Dios [innominado] de los padres, el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac, el Dios de Jacob», etc. En estas expresiones se indicaba no sólo el hecho de que cada uno de estos patriarcas han dado culto al mismo Dios de Abrahán, sino también un modo de religiosidad y de vivencia de lo divino en forma especifica. El Dios de Abrahán es el Dios que se manifestó a Abrahán en Ur de Caldea, y a lo largo de toda su vida se le manifestó de muy diversas formas, de modo que configuró en Abrahán una religiosidad peculiar. El Dios de Abrahán es Dios tal como fue vivido y adorado por el Patriarca primero de Israel.
EI Dios de N.S. Jesucristo es el Dios Padre del NT tal como fue revelado a Jesús, y tal como configuró la espiritualidad de Jesús.
Es esta manera de experiencias y vivencias divinas, la que se multiplica luego en todos los cristianos. Todos ellos reproducen ese misterio de la interioridad de Cristo, su peculiar constitución personal de Hombre-Dios, que se siente una cosa con el Padre, del cual es el Hijo.
En una extensión analógica y aplicada podemos decir algo parecido de la misión de los fundadores y de su reproducción en los hijos de los mismos.
Santa Beatriz es una santa en la cual el misterio de Cristo se vivenció como el misterio del Verbo Encarnado en el seno de una Madre Inmaculada. Así se podría hablar del Cristo vivenciado por Santa Beatriz como el Cristo Hijo de una Madre Inmaculada. Sus hijas reproducen y multiplican esa vivencia original. Por eso las hijas de Santa Beatriz son llamadas Concepcionistas: por la polarización de su experiencia mística en el misterio de la Inmaculada Concepción. Pero el origen de semejante carisma está en la realización primera y modélica de su santa Madre Fundadora. Por eso la espiritualidad de cada familia espiritual reproduce una manera de participación, en el Misterio de Cristo, protagonizado particularmente por el fundador.
De Santa Beatriz dice la aprobación de sus Constituciones que, por elección divina, dio origen a una familia, cuya raíz y razón de ser está en la contemplación de la Inmaculada Concepción de la Bienaventurada Virgen María. Se trata de una gracia de llamada divina, cuyo objeto es una vida basada en la contemplación del misterio de la Inmaculada Concepción.
La concepcionista es la religiosa que puede llamarse “la religiosa de la Humanidad Inmaculada de Jesús y María” porque es la hija de una santa cuya misión fue la de vivir de la Inmaculada Madre del Verbo Encarnado.

Dios Santo, Verbo inmaculado, Virgen Purísima
Este misterio del Verbo encarnado en el seno de una Madre Inmaculada, que hace posible la predestinación a fundar una orden dedicada a valorarla por la contemplación y la imitación, impulsa a elevarse contemplativamente al nivel más alto del orden de las inmaculidades.
En el comienzo de todas las inmaculidades está la esencia de Dios que desde Isaías 6,3 es llamado el Santo.
La santidad es el atributo peculiar de la esencia divina que le separa y diferencia de todos los demás seres. Es una realidad que incluye en un todo la sacralidad y la pureza con una misteriosa y terrible fuerza. De ahí que la santidad sea muy próxima a la noción de la pureza. Y sea la que mejor responde al concepto de lo inmaculado en el orden creado. Dios es absolutamente puro, inocente, y ese constitutivo suyo le separa de toda la inmundicia e impureza de lo creado. De esa santidad fontal reciben su santidad igual e infinita las tres divinas personas.
Es en el orden de la finitud creada, y de la libertad moral de los seres libres donde entra la posibilidad y la realidad de la mancha, el pecado, la impureza. Es el caso de la Humanidad descendiente de Adán, contaminada con su pecado.
El hombre ya no es santo, ni inocente, ni justo, ni inmaculado. Sólo cuando el ser creado recupera la santidad original que le vincula al ser fontal de Dios, se hace de nuevo puro e inmaculado. Así se anuncia en Ef. 1,4 que todos los salvados están destinados a ser santos e inmaculados en su presencia en el amor. Santos por la semejanza participada procedente del ser santo de Dios que les procura la purificación y limpieza de toda mancha de pecado.
La condición inmaculada es la que compete al ser creado que recibe una pureza singular, derivada de la santidad infinita de Dios. De la esencia divina se deriva la santidad y pureza infinitas del Verbo. Y de él, procede la condición inmaculada a de la Humanidad de Jesús, como la pureza admirable de la persona del Verbo que se encarna en la naturaleza humana de Cristo, dejándola en una santidad perfecta, y un estado supremamente inmaculado. De esta Humanidad -toda santa y toda pura- redunda el privilegio de la Inmaculada Concepción en la persona de María, totalmente alejada de la maldad moral humana. Y de la condición inmaculada de la Humanidad de Cristo, y de su Madre Purísima, reciben también la pureza de la gracia santificante los hombres, a los cuales toda culpa de pecado y toda mancha moral, les es purificada.

La concepcionista hoy
El carisma concepcionista brota así de una elección divina a vivir de la esencia totalmente pura y santa de la Trinidad, y de la santidad del Verbo Encarnado absolutamente pura por la comunicación de la esencial santidad de la naturaleza divina. Es una llamada a reproducir la santidad y pureza suprema que el Verbo comunica a su Humanidad, creando el primer ser totalmente inmaculado. Y en último término, es la vocación a repetir imperfectamente la pureza de la Virgen María, absolutamente excluida -por la destinación a ser Madre de Dios- de toda contaminación con el pecado.
El carisma concepcionista es una llamada a alcanzar la inocencia y pureza más perfecta, comunicada desde la esencia de su propio ser Uno y Trino de Dios, de las Tres personas Divinas, santas en la esencia uni-trina de Dios, y su prolongación en la Madre del Verbo Encarnado y en la Iglesia -santa, e inmaculada, sin mancha ni arruga- y la de los fieles destinados a formar el Reino santo e inmaculado de la gloria.
El medio privilegiado para vivir ese carisma consiste en la imitación de la Virgen Inmaculada, mediante la contemplación de su Purísima Concepción, levantándose en su contemplación al espejo de la pureza inmaculada del Verbo Encarnado, y de la santa y divina Trinidad, fuente, raíz, causa y razón de toda limpieza y pureza sobrenatural.
La orden de la Concepción resulta de esta manera, una sal maravillosa en la masa corrompida del mundo actual, para que toda la impureza de la Humanidad se purifique, toda santidad y pureza llegue a los hombres, desde la Virgen singularmente pura y santa y de la Inmaculada Humanidad del Verbo, santo y absolutamente puro, en la esencia divina tres veces santa.






miércoles, 2 de septiembre de 2009

Ser Monja por Madre Mercedes

SER MONJA por Madre Mercedes de Jesús.


La Orden de la Inmaculada Concepción a la cual pertenece este Monasterio de Alcázar de San Juan, España, fue fundada por Santa Beatriz de Silva en Toledo, España, el año 1484 y aprobada cinco años más tarde por el Papa Inocencio VIII.
Santa Beatriz de Silva, había nacido en Portugal hacia el año 1426 – 1428 y vino a Castilla siendo casi niña, acompañando a su prima la princesa Isabel de Portugal, cuando ésta se desposó con el Rey don Juan II de Castilla.
Santa Beatriz pasaba por ser una de las mujeres más hermosas de España, por lo que la princesa Isabel tuvo celos de ella, e intentó quitarle la vida encerrándola en una angosta prisión.
Allí se le apareció la Santísima Virgen y le ordenó que fundase una Orden en honor de su Inmaculada Concepción. Lo que llevó a efecto en Toledo, dando a su Orden la forma de vida del Monacato con cuyas Monjas había vivido largos años.
La Orden, por tanto, centra su espiritualidad en el soberano misterio de la santidad original de la Virgen, teniendo por fin la imitación, veneración y amor de la Inmaculada, libre, en su Concepción santísima del pecado original.
María, en este misterio de su santidad original, se le presenta a la Concepcionista como un elevado monte de santidad, el cual se siente impulsada escalar de mano de la misma Inmaculada Madre.
En María, Monte santo de Dios, brilla en toda su grandeza y esplendor el proyecto creador de Dios sobre el hombre.
Conseguir la liberación del pecado, y la no violencia, es, el impulso tendente de la Monja Concepcionista hacia la santidad. Por eso, a ella, todo el Monasterio le habla de paraíso, de paz, de armonía, de orden, de amor, de vida. Todo le evoca el proyecto creador del Padre, le recuerda la creación llena de vida, de bondad y de amor, a la que ha de tratar hacer retornar, retornando ella al amor y conocimiento de su Creador.
Por eso, la Monja Concepcionista es la insaciable buscadora de Dios, de su huella divina y de su Ser pacificante en la creación. Buscando, amando a Dios en todo, se encuentra sumergida en la fuerza transformante que creó buenas todas las cosas.

Por eso, el claustro, la Monja, son sinónimos de búsqueda de Dios, de ansia de lo eterno, que tan líricamente canta la Biblia: ¡Oh Dios, tú eres mi Dios, mi alma está sedienta de ti, como tierra reseca, agostada, sin agua! – Como la cierva anhela las corrientes de agua, así, mi alma te busca a ti, Dios mío.
Esta sed o búsqueda de Dios que caracteriza la vocación monástica, encuentra en la clausura su realización plena. Porque la clausura es el vehículo viviente, el recinto concreto, el ámbito propio de una realidad que no se ve, pero que se vive... ¡Dios, lo eterno... donde se realiza la consagración a lo definitivo, al Amor eterno de Dios! Porque la clausura facilita el ámbito propio para el “encuentro” con ese Dios amado, deseado y buscado.
Por ello, entre las exigencias que gozosamente hace abrazar a la Monja su “deseo de Dios”, está, el libre encerramiento dentro de los muros del Monasterio que le propicia la abstracción de lo transitorio.
Y por esto, la Monja, no mira las leyes sobre la clausura, como normas impuestas desde el exterior, sino como normas que promocionan su interior, porque promocionan su búsqueda de Dios.

Por ello también, no sólo en la paz y el silencio de los claustros y Monasterio busca la Concepcionista su encuentro con Dios, sino en la soledad de las ermitas del mismo Monasterio, donde puede, con plena facilidad cerrar aún más el cerco que la integra en Dios, en su paz, en su amor, estrechando así sus vínculos de amor y unión con él. Y recordando, asimismo, el precio redentor de su liberación del pecado, tomando conciencia de que restaurará en la propia vida la santidad original, cuanto más se esfuerce por dejarse penetrar por la redención de Cristo, o penetre en ella, viviéndola. Por ello se asocia, en toda su tarea del día, a María Inmaculada, en su actitud de entrega: He aquí la esclava del Señor, hágase en mí según tu palabra.

Y en este silencio de la Palabra creadora del Padre, pura y fecunda como el agua cristalina, comienza la tarea de la Concepcionista. Comienza en silencio, como cuando fuimos creados, en el silencio divino o reposo de las cosas.
Silencio fecundo, donde Dios hace entender a la Monja, que Él está donde antes ella no le encontraba, en las cosas. Sí. Estaba en ellas. Sólo que el ruido no dejaba percibirle, porque es necesario el silencio para encontrarle.
Día tras día la Concepcionista ha ido entendiendo que el silencio está lleno de Dios, y por ello ha ido percibiendo cómo Dios camina con ella a su lado, dándole paz, serenidad, felicidad.
En el silencio, en la paz, la Monja ha comenzado a aprender a atravesar la barrera de las cosas, de lo pasajero, de lo inestable. Para fijar su morada en la estabilidad, en Dios.

De madrugada... algo importante reclama a la Monja.
¡Qué hermosos son los pies de la Monja que se apresura a ir a la oración!, decimos parafraseando a Isaías, a fin de impulsar la evangelización de los que trabajan en la viña del Señor, para que su trabajo no sea en vano. Pues es Dios quien da el incremento a la tarea apostólica del evangelizador.
La oración es la fuerza de la evangelización. Aquí radica la misteriosa fecundidad de la vida contemplativa. Desde esta oración nocturna, que es considerada la más ascética, es, desde donde la Monja es conducida hacia la vida mística, hacia el nivel existencial de un contacto con Dios que está más allá de nuestra imaginación y de nuestros conceptos. Un contacto que no puede comprenderse más que por los que lo experimentan.
Mientras que el hombre duerme, el amor y la oración de la Monja, vela por ellos, rodeando todo el orbe de la tierra.
Oración: momento de intimidad con el Dios amado, en el que la Monja se estrecha con el que la “eligió” y bebe su amor y su celo redentor, que sostiene su vida en bien de la Iglesia.

Son siete la oración de alabanza que ofrece la Monja al Padre a lo largo del día y de la noche, unida a Cristo que ora y alaba al Padre, por su Iglesia.
Nada más dichoso es para la Monja que imitar en la tierra los coros angélicos del cielo y cantar junto con ellos himnos al Creador de todas las cosas y al Redentor del universo.

La Eucaristía, ante todo, y la alabanza divina, es el misterio y la obra transformadora del ser de la Concepcionista, de su edificación. Por ello trata de celebrarla unida a los sentimientos, al espíritu, y al amor de su Madre Inmaculada, pidiéndole que su alma santísima esté en ella durante su celebración.
Así ofrece la Concepcionista la alabanza divina a la adorable Trinidad, que preside su celebración y que la recibe, así como la oración de la Comunidad.
La Monja sabe que por esto ha de poner mucha atención en la divina alabanza, y porque ora Cristo en ella. Y sabe que Cristo quiere orar al Padre desde su corazón, con toda la fuerza de su amor infinito de Hijo.

El estudio de la divina Palabra, lectio divina, y de otros temas, ayudan a configurar la personalidad espiritual de la Monja Concepcionista, y su formación cultural y literaria, necesaria, para dar razón de su esperanza a quien se la pidiere, y prestar, a la sociedad actual, el servicio adecuado a nuestro carácter contemplativo.

El trabajo, el arte, reclama la atención y las actitudes de la Monja, obediente al proyecto creador del Padre. La Concepcionista sabe, que su trabajo entra en la gran liturgia del cosmos, y se convierte en oración ofrecida al Padre por Cristo, Señor de la historia.
Por ello, la Monja, no hace su trabajo, aunque sea intenso, sin el aspecto contemplativo. Acción y contemplación se unen en ella, complementando su tarea, que ofrece, como un canto, al Creador de todas las maravillas del universo.
La Monja concepcionista sabe que ha de ser responsable del trabajo que la obediencia le encomienda, y ha de llevarlo a buen fin. Sabe, que trabaja no sólo para frenar el cuerpo y para solventar las propias necesidades de la Comunidad y su abastecimiento, sino también para el prójimo, siguiendo las palabras del apóstol san Pablo que dispone: “afánese trabajando con sus manos en algo provechoso, para poder dar al que tiene necesidad”.
La Monja ha de estar ocupada en trabajos bien organizados, convirtiendo el mismo trabajo en escudo espiritual contra las asechanzas del mal. Ha de servirle para su perfección espiritual. La Concepcionista sabe que todo esfuerzo y trabajo, si no está unido a la oración, es extraño, y puede convertirse en peligro para su santificación, por eso lo realiza por amor a Dios y lo santifica por el espíritu de oración. Y lo hace oración misma, como le enseña el Señor y la tradición monástica con esta enseñanza: “Santificad vuestras manos con el servicio que os fue encomendado, para ofrecer a Dios un sacrificio agradable”.
También la propia espiritualidad de la Concepcionista le descubre la razón del trabajo. Ya desde el comienzo de la creación humana, Dios asoció al hombre al trabajo. La Biblia dice: “Tomó el Señor Dios al hombre y lo puso en el jardín del Edén para que lo cultivase. Así quedó el hombre también en esto semejante a Dios, el cual, no ha interrumpido su donación y sigue trabajando en su sábado eterno.
Hoy la Monja rotura la tierra con los medios técnicos que la sociedad le ofrece más suaves, pero, ante todo, ella ve en los surcos que la máquina hace en la tierra, los nuevos caminos que ella va abriendo en su espíritu, cultivándole, ordenando las propias tendencias y pasiones hacia Dios.
De aquí también la denominación de “santa obediencia” con que se designa, en lenguaje monástico, el trabajo de la Monja.
De ello se está beneficiando no sólo la Monja, sino el trabajo mismo, pues el pensamiento que la Monja tiene en Dios, que mira su trabajo, le impulsa a trabajar con ardor, en hacer bien lo que le toca hacer, revertiendo lo que hace en su propia perfección.
Pues la Monja sabe que, por el pecado, nuestro ser, en el orden de la gracia quedó seco y árido. Y por eso se ocupa en la ascesis cristiana, para que el riego del riquísimo manantial de la gracia de Cristo que recibe en los Sacramentos, fertilice su espíritu, como fertiliza la tierra el agua de nuestros cauces.
Y, análogamente a como el agua convierte en floración los desvelos de la Monja, así suceda que su ascesis convierta en vergel espiritual o floración de santidad todos sus esfuerzos.
Así, viendo a Dios en todo, tocando a Dios en todo, como le ha hecho comprobar el don del silencio monástico, desgasta su vida la Monja Concepcionista convirtiéndola en una liturgia de amor, también en la cocina, donde se esmera en preparar sabrosos platos que sostendrán la salud y vida de sus Hermanas.

También son necesarios en la vida de la Monja momentos de recreación, que se tiene en común para la distensión de su espíritu, donde tampoco olvida a su Dios amado. Es el momento de compartir con las Hermanas su alegría... de contar las cosas familiares, de hablar de Dios.

Terminada la jornada del día, la Monja se recoge al descanso al toque de silencio mayor. Toque de silencio como una obediencia, porque el respeto debido al recogimiento de las Hermanas lo exige.

El silencio durante la jornada del día, le ha enseñado a vivir la presencia de su Redentor y el diálogo con Él. Él, Cristo la estará esperando siempre en el silencio para hacerla contemplativa, equilibrada, serena, llena de amor hacia las Hermanas y hacia la humanidad entera, sin violencia.

Todos estos bienes le traen el amor al silencio y su observancia. Silencio. Momentos de introversión para vivir la otra capacidad que tenemos los humanos, la del mundo interior, más rico que el exterior, la del mundo de la gracia y de los valores del espíritu, que dialoga con Dios y hace vivir a Dios.

Así es la vida de la Monja Concepcionista que encuentra su razón de ser en la contemplación e imitación de su Madre Inmaculada, figura esplendorosa de lo que ella anhela y espera ser. Causa de su alegría, de su amor y de su más noble ilusión.