María Inmaculada encontró su gozo, su bienaventuranza, no en poseer, sino en la aceptación del designio de Dios sobre ella. En la santidad encontró su gozo y así se entregó al cumplimiento del divino designio con alegría, sintiendo y cantando su plenitud en ello. Ella cantaba que la llamarían bienaventurada las generaciones, pero no por lo que ella haría en el futuro, sino por lo que había hecho Dios en ella. Y se gozó sólo en Dios, en el sometimiento a su voluntad, no en sus caprichos. Tenemos, pues, aquí, la actitud de María de inserción en Dios o unificación con la divina voluntad. (Madre Mercedes de Jesus Egido)
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