El día 14 septiembre se celebra la fiesta de la EXATACIÓN DE LA SANTA CRUZ. Se instituyó la festividad para conmemorar la recuperación de la cruz de Cristo, lograda por el emperador Heraclio al vencer a Cosroes, rey de Persia. Pero celebrar ésta fiesta es mucho más que conmemorar este hecho histórico, porque es la ocasión para qué los cristianos de reflexión hemos sobre el significado de la cruz. Ahora nos resulta fácil exaltar la cruz. La ponemos en nuestros templos y en nuestras casas, la colgamos de nuestro cuello, hacemos su señal repetidas veces. Nos parece algo normal en nuestra vida cristiana. Pero no era así, en tiempos de Cristo. Era un suplicio tan horroroso que los cristianos tardaron siglos en representar a Cristo clavado en ella. Era el suplicio de los peores bandidos, de los asesinos, de los revoltosos, de aquellos a los que no se quería simplemente ajusticiar, si no hacerles sufrir lo indecible antes entre morir y servir así de escarmiento para los demás. No era una muerte gloriosa la de los crucificados. Era una "muerte en serie", una muerte de código penal. La cruz era el estigma de una muerte vil, despreciable. Y ese fue, precisamente, el modo de morir que sufrió Cristo para nuestra redención. Pero, en esa muerte ignominiosa, está su victoria. "Cuando yo sea elevado sobre la tierra, atraeré a todos hacia Mí". La cruz es su trono. Y también el nuestro. Porque, desde la humillación de Cristo en la cruz, arranca nuestra propia elevación. Se dejó elevar en el tormento para elevarnos a nosotros, para levantarnos de nuestra caída. Con la cruz tira de todos nosotros, para qué subamos juntamente con Él. La señal de la Cruz será siempre nuestra victoria, porque es la Victoria del Crucificado.
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