Ejemplaridad de vida
El carisma otorgado por Dios a los fundadores conlleva la transmisión del mismo, es decir, la maternidad o paternidad espiritual en relación a los miembros de la Orden por ellos fundada.
Nos lo enseña así la teología de la vida religiosa. Dice que “el fundador (fundadora en nuestro caso) es la madre espiritual en Cristo, que ha engendrado la nueva familia. Se trata de una maternidad derivada de la paternidad divina. En este proceso generativo, la fundadora es auténtica mediadora entre Dios y el pueblo, es un alma que ha recibido de Dios una misión especial por medio de una intervención de la gracia” (Codina), como acabamos de ver que sucedió con nuestra santa.
Dios la preparó, nos dice Pablo VI en la Bula de su canonización, dándole primero el carisma fundacional que marianizó su alma, dejándola dispuesta para la misión a que la destinaba ; y después, a lo largo de su estancia en el monasterio, con el ejercicio heroico de virtudes, donde gestó la semilla que recibió en la aparición de la Virgen Inmaculada, convirtiéndola, así, en Madre y “causa ejemplar” de la nueva familia, así como fue su “causa eficiente”.
Desde el momento en que queda “configurada” la existencia de Santa Beatriz, que es éste en que recibe el carisma, comienza a crecer su parecido con María.
Como a María, se le anuncia su maternidad espiritual. María entrega a Dios toda su vida, todo lo que es, su amor limpio, su corazón preparado para el sacrificio que le exigirá el cumplimiento de su carisma personal que es el de ser Madre de Dios, con todo lo que esto conlleva en el Cuerpo místico de su Hijo, es decir, la prolongación de su maternidad a todos los hombres. Beatriz también entrega a Dios de modo radical toda su persona. Y entregó su corazón al sacrificio, a una vida intensa de oración y penitencia, para dar vida a la semilla que la gracia hizo germinar en su alma.
Como María, pasó su vida en el silencio ; esa perfección de la Esencia divina y consecuencia de su Plenitud, desde donde Dios habla al corazón (Oseas 2, 16) y va fraguando en las almas la encarnación de su Verbo.
Breves son las palabras de María que nos narra el Evangelio, y breves son también las de Beatriz como verdadera copia de María y verdadera Monja. Y cuando murió, la Inmaculada, la Virgen de las doce estrellas (Ap 12, 1-2), de parte de Dios, puso “una” en la pura y bella frente de Beatriz, que completó y canonizó su parecido con María.
Una vez más, el Papa, en su Bula de canonización, nos constata aquí que se cumplió en Santa Beatriz el principio teológico que nos asegura que “Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido” (S.T.). Hecho que da a nuestra Fundadora la categoría de los grandes fundadores de congregaciones monásticas con relación a sus Hijas.
PRAXIS DEL CARISMA FUNDACIONAL
La segunda norma que hemos de tener en cuenta las familias religiosas para renovar adecuadamente el propio carisma es, después de “conocerlo”, “observarlo” purificado de elementos extraños y libre de lo anticuado (Norm. 16, 3).
Una vez más vuelvo a repetir que sólo el espíritu de obediencia a la Iglesia y de reconciliación nos impulsa a buscar la verdad sobre el carisma de nuestra Fundadora. Porque sólo ésta puede conseguir la unión y la paz deseada por todos. Para conseguirlo, sencilla y humildemente seguimos, primero, el nacimiento de la Orden. Segundo, su evolución histórica dentro del ambiente de Reforma de las Órdenes religiosas en España.
Nacimiento de la Orden
Cuando llegó la hora de “instituir la nueva familia religiosa que estuviera consagrada a la Santísima Madre de Dios... Beatriz, con su singular prudencia y cristiana fortaleza, llevó a cabo la fundación de su Orden” (B.C.). Para ello, respetuosa ella misma con el carisma recibido de Dios y después de haberlo vivido con sus Hijas durante cinco años, cuida de someterlo íntegramente a la aprobación de la Iglesia.
Seguimos la génesis de este proceso por las minutas de la Santa.
En la primera, Beatriz aparece pidiendo al Santo Padre la erección canónica de sus deseos y género de vida. Ella aboga por su carisma mariano - inmaculista : “servir a Dios y a Santa María en el misterio de su Concepción”. Aceptaría la Regla que el Papa le asignase. Pide rezo de la Inmaculada, hábito propio blanco y azul, forma de vida que ya llevaban u observancia regular, clausura. El hábito lo describe así : túnica blanca con escapulario también blanco y encima una capa de color celeste (azul), y en esta capa y en el escapulario deben grabar la imagen de la Virgen María, y se ceñirán con un cíngulo de lana blanca.
En la segunda minuta el Papa le insiste que elija Regla y ella se determina por la del Císter. Dice la minuta : “Como la referida oratriz Beatriz elija la Orden Cisterciense y ella y sus compañeras desean servir al Señor bajo la misma Orden con el hábito y estipulaciones y estatutos en la petición determinados”.
Santa Beatriz, lo mismo que otros fundadores, tuvo que poner su Orden al amparo de una de las cuatro reglas existentes en la Iglesia según determinó el IV Concilio de Letrán, a saber : la de San Basilio, San Benito, San Agustín y San Francisco. Santa Beatriz escogió la de San Benito, logrando, al fin, no sin grandes sufrimientos, que el Papa Inocencio VIII autentizara su carisma fundacional inmaculista como don del Espíritu en su Bula “Inter universa”, 30 de abril de 1489. Y al instituir por ella el nombre y el espíritu “concepcionista” genuinamente puros, lo hace destacando y protegiendo respetuosamente el carisma mariano de Santa Beatriz : “para servir a Dios y a Santa María”.
Así se promulgó la Bula, se erigió canónicamente el monasterio el 16 de febrero de 1491, no sin antes reafirmar una vez más Beatriz y sus compañeras que deseaban profesar la regla del Císter, y así vivieron aun después de la muerte de la Santa, acaecida, según parece, en 1492, hasta que entraron en juego otros factores en la Obra de Santa Beatriz.
Según parece, el más importante fue la voluntad de la Reina Isabel. Ella no estuvo muy de acuerdo con algo determinado en la Bula. Acudió al Papa, pero como “las relaciones con el Pontífice Inocencio VIII, 1484 - 1492, eran entonces tensas” (Dic. H.I., Azcona, pág. 1138), no se consiguió la petición. La Reina aceptó la voluntad del Papa y se publicó la Bula según había sido expedida de Roma. Fallecido Inocencio VIII y elevado a la cátedra de Pedro Alejandro VI, 1492 - 1503, “súbdito de los Reyes Católicos y con quien mantenían íntimas relaciones” (Dic. bis), la Reina volvió a insistir y se consiguieron sus deseos. Había muerto la Fundadora, no quedaba ya más impulso que el de la Reforma y la debilidad de las primeras concepcionistas.
Para comprender mejor estos acontecimientos tan fundamentales para la Orden de la Inmaculada Concepción, (O.I.C), veamos brevemente en qué ambiente se desarrollaron.
Ambiente de Reforma
Fue tenso desde que entró en juego la intervención de Cisneros. José García Oro, O.F.M. en su libro “Cisneros y la Reforma del Clero Español en tiempo de los Reyes Católicos” dice : “En 1494 Cisneros imprimió a la Reforma un ritmo violento que provocó resistencias, agrió los ánimos e impidió que la reforma comenzada siguiese su curso natural” (pág. 186).
“Desde 1492, Cisneros se había identificado con los afanes de reforma. A él le encomendaron los Reyes la ejecución de la reforma de gran número de casas femeninas.” Confesor de la Reina Isabel en 1492, Vicario Provincial de su Orden en 1494 y Arzobispo de Toledo en 1495, asceta y amante de la soledad, “que encarnaba en su seno lo más selecto en virtudes”, a decir de García Oro, era la persona que los Reyes necesitaban para llevar hasta el fin la reforma comenzada, y fue el posible inspirador de los acontecimientos de reforma ocurridos en la Orden Concepcionista.
Dejamos paso a la autorizada pluma de García Oro, O.F.M., que nos explica lo que ocurrió en la Orden Concepcionista. Dice el autor en el apartado que dedica en el libro referido a : “Las concepcionistas”. “Uno de los ideales de la Reforma Cisneriana era que las religiosas franciscanas de la Segunda y Tercera Orden abrazasen la regla de Santa Clara. Así se realizó frecuentemente en diversas casas, tanto de Aragón como de Castilla. De tales reformas nacieron no sólo nuevos monasterios clarisanos sino también Órdenes nuevas. Una de ellas fue la de las concepcionistas, surgida en la diócesis de Cisneros en plena Reforma Cisneriana”.
“El monasterio de la Concepción de Toledo”.
“Suele considerarse fundadora a Beatriz de Silva, muerta en 1490. La vida de esta religiosa, lo mismo que los orígenes de la Orden Concepcionista, son poco conocidos. Era de origen portugués, hermana de Amadeo Menéndez de Silva, el fundador de los “amadeos” y confesor de Sixto IV. Tras una vida de azares en la Corte castellana, se retiraba, a mediados del siglo XV, al monasterio de Santo Domingo el Viejo, de Toledo. En 1484 salía de este monasterio con varias compañeras a fundar un monasterio cisterciense en unas casas que le había donado con este fin su amiga la reina Isabel la Católica. Sería dedicado, por voluntad de ambas, a la Inmaculada Concepción.”
“Así surgió el monasterio de la Concepción, de Toledo, con clausura, disciplina regular severa y regla del Císter. En él vivió Beatriz y sus compañeras la vida cisterciense, con hábito azul y cordón franciscano. Y allí murió en 1490.”
“¿Había pensado Beatriz fundar una nueva familia religiosa ? Así lo creen sus biógrafos, aunque no documentan tales intenciones. Es cierto que sentía una devoción grande al misterio de la Inmaculada Concepción y que mantuvo relaciones con diversos franciscanos, especialmente con el Vicario Provincial de los observantes castellanos, Fr. Juan de Tolosa. Pero no por ello se decidió a abrazar ninguno de los institutos franciscanos. Se había criado entre las religiosas cistercienses y dio a su convento de la Concepción la regla cisterciense. Y murió como cisterciense.”
“Murió sin haber consolidado su fundación. Sus compañeras decayeron muy pronto en el fervor que había reinado en los primeros años. Hubo disensiones graves entre ellas que tardaron en calmarse. Tal vez por falta de medios de vida, se decidió unirlas con las benedictinas de San Pedro de las Dueñas, de Toledo. Al nuevo monasterio así constituido se le dio la Regla de Santa Clara. Alejandro VI confirmó lo hecho por la Bula “Ex Supernae Providentia” (19 de agosto de 1494), declarando extinguida la Orden del Císter en el monasterio y mandando a las religiosas que, en adelante, siguiesen la Regla de las clarisas teniendo el hábito azul, el oficio divino y demás rezos en la forma que lo determina la Bula de Inocencio VIII.”
“La Bula de Alejandro VI difiere fundamentalmente de la precedente. Establece la Regla de Santa Clara, con las peculiaridades indicadas, en Toledo, y faculta para fundar otros monasterios semejantes, todos los cuales gozarán de los privilegios del monasterio de Tordesillas. Dependerán inmediatamente de los franciscanos. Promotora de todos estos cambios y normas es, según la Bula ,Isabel la Católica, que siente una profunda devoción al misterio de la Concepción Inmaculada, pero, sin duda, doña Isabel estaba asesorada por los franciscanos. ¿Fue inspirada precisamente por Cisneros, entonces Vicario Provincial de Castilla ? Es muy posible, pero no consta documentalmente. Puede ser muy bien que el Custodio de Toledo, muy apreciado de Beatriz de Silva, haya querido salvar de la ruina la fundación. De todos modos, es indudable que fueron los observantes castellanos quienes inspiraron tales pasos de la Reina Isabel.”
“Con la traslación de las religiosas a San Pedro de las Dueñas se aumentaron las discordias. Al parecer, ninguno de los dos grupos gustaba del nuevo régimen. El monasterio estaba muy mal administrado.”
Siguen unos datos sin importancia para la Orden, exceptuado el traslado de las Monjas concepcionistas al convento de San Francisco y la extensión de la nueva Orden. Y continúa García Oro :
“Los franciscanos miraban la nueva fundación como una parte de su campaña tradicional en favor del misterio inmaculista.”
“Una nueva Orden femenina”
“Las concepcionistas no constituían hasta 1511 una Orden religiosa. Eran un grupo de monasterios de clarisas en los cuales se observaban ciertos estatutos peculiares y se veneraba especialmente el misterio de la Inmaculada Concepción de María. En este año se decidieron a dar un paso más, elaborando regla y estatutos propios. No es fácil adivinar qué móviles le llevaron a adoptar esta solución. Es muy posible que fuese, en gran parte, el deseo de las religiosas y de los observantes castellanos de instituir una Orden que venerase especialmente a la Inmaculada.”
“¿Quiénes elaboraron la nueva regla y los estatutos ? Los biógrafos de Cisneros y de Beatriz de Silva afirman concordemente que fueron Cisneros y Francisco de Quiñones... Probablemente colaboraron también otros religiosos, cuyo nombre y aportación hoy desconocemos...”
“Después de varios meses, se consiguió, por fin, la aprobación pontificia que suscribió Julio II el 17 de septiembre de 1511. Se contiene en la bula “Ad Statum Prosperum”, que inserta la nueva regla. Ésta está calcada totalmente en la de las clarisas. Sus características principales son las siguientes : pobreza en común, hábito azul, clausura perpetua, dependencia de los frailes menores. Se afirma que la nueva Orden está especialmente consagrada a la Inmaculada Concepción y que se propone honrar particularmente este preclaro privilegio mariano. Las concepcionistas tendrán el mismo cardenal protector que los franciscanos y estarán sometidas a los superiores observantes. Estos designarán los visitadores de los monasterios, quienes los visitarán una vez al año, informándose diligentemente del estado del monasterio, de la vida de las religiosas y de la conducta del personal del servicio en cada monasterio, y dando los preceptos que crean oportunos para promover la observancia regular. Presidirán las elecciones de las abadesas y confirmarán a las elegidas canónicamente.”
“Así se constituía definitivamente la Orden Concepcionista, cuya primera piedra había puesto, tal vez sin sospecharlo, Beatriz de Silva. El edificio era obra de los observantes de Castilla, que imprimieron a la fundación de Beatriz una dirección totalmente nueva, convirtiéndola en una nueva rama de la segunda Orden Franciscana. La nueva fundación puede y debe considerarse justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana, cuyo programa renovador refleja claramente por lo que se refiere a los monasterios femeninos.”
Hasta aquí el libro de José García Oro, O.F.M.
Por esta lectura bien documentada, aunque contenga algunas inexactitudes que no afectan a nuestro tema fundamental, vemos claramente que :
a) Santa Beatriz no era franciscana.
b) No fundó nada franciscano.
c) Que la presencia de la espiritualidad franciscana y su observancia en la Orden concepcionista, se debe a los observantes de Castilla, Reforma Cisneriana, que la considera suya.
d) Los cuales, imprimieron a la fundación de Beatriz una dirección totalmente nueva. Es decir, cambió de modo de ser la Orden.
e) Que todo esto se hizo en el ambiente de Reforma de las Órdenes Religiosas en España, por lo que se puede considerar justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana, no como Obra de Beatriz de Silva.
Es cuanto nos dice García Oro y que podríamos resumir en tres puntos :
1º Que Santa Beatriz no era ni fundó nada franciscano.
2º a) Que cuanto hay de franciscano en la Orden se debe a los observantes de Castilla ; b) que lo llevaron a cabo en el ambiente de Reforma de las Órdenes religiosas en España ; c) que puede y debe considerarse justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana ; d) cuyo programa renovador refleja claramente.
3º Que esta injerencia franciscana cambió de modo de ser a la Orden.
Son los tres puntos sobre los que la Iglesia hoy da luz con los decretos del Vaticano II y la Bula de canonización de la Santa, para renovar adecuadamente nuestro propio carisma. Veámoslo.
1º Santa Beatriz no era ni fundó nada franciscano
Nos lo afirma el tantas veces referido José García Oro, O.F.M.., diciéndonos que a pesar de las buenas relaciones que mantuvo con diversos franciscanos, no se decidió a abrazar ninguno de los institutos franciscanos ; y a la hora de escoger Regla para su Orden, escoge la del Císter. Y muere, según dice la Bula de su canonización, como monja de la Orden de la Inmaculada Concepción. Y como a tal la canoniza Su Santidad Pablo VI. Es grandemente significativo al respecto el hecho de que el Papa, a lo largo de la Bula, al nombrar a la Orden lo hace con la nomenclatura “ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN” durante cinco veces, y al nombrar a las monjas de esta Orden las llama “Monjas concepcionistas” durante cuatro veces. Y añade el Papa : “así se llaman las religiosas de esta Orden”. Expresión auténtica del espíritu y la Obra de la Santa, nada franciscano...
2º El edificio (Orden) es obra de sólo los observantes de Castilla
Este título resume los apartados del punto segundo.
La desviación del proyecto originario de Santa Beatriz, llevado a cabo por los observantes de Castilla, puede considerarse ocurrido tal vez como mal menor en aquel tiempo de reforma. El mismo autor nos dice que “puede ser muy bien que el Custodio de Toledo, muy apreciado de Beatriz, haya querido salvar de la ruina la fundación”. Hoy la Iglesia nos dice que pongamos los ojos en la Fundadora, que es quien debe dar el espíritu a la Orden para conseguir la renovación adecuada. Veamos.
Antes de responder, hay que tener en cuenta que este libro de José García Oro, O.F.M., que nos va ilustrando, está editado el año 1971, cinco años antes de hablarnos Pablo VI con la Bula de canonización de la Santa.
Dice la Bula “Praeclara Inmaculatae”, 1976 :
“La noble virgen Beatriz de Silva, preclara fundadora de la orden de la Inmaculada Concepción... dócil a las mociones del Espíritu Santo, recibió la inspiración de fundar una nueva familia religiosa, que, de conformidad con el cielo, estaría consagrada a la Bienaventurada Virgen Madre de Dios concebida sin mancha de pecado original y que tomaría su denominación de este soberano misterio.”
La Iglesia, pues, tiene por fundadora de la Orden Concepcionista a Santa Beatriz de Silva a pesar de los avatares en que se vio sumida en el ambiente de la Reforma Cisneriana. Avatares que también registra la misma Bula, para decirnos que hay continuidad en la Orden de Santa Beatriz desde que ella la inicia hasta el día de hoy. Dice la Bula :
“La Orden de Beatriz, superadas las tormentas que se desataron contra ella durante los primeros pasos de su existencia, quedó firmemente asentada en Toledo : primero bajo los Estatutos del Císter, conforme al consabido decreto de Inocencio VIII del año 1489 ; en segundo lugar, bajo la regla de Santa Clara, a tenor de la disposición de Alejandro VI del año 1494 ; por fin, en virtud de las Letras Apostólicas “Ad Statum Prosperum” de Julio II, firmadas en Roma el 17 de septiembre de 1511, le fue otorgada regla propia y quedó encomendada a los Frailes Menores su atención pastoral. Desde el momento de su autonomía la institución experimentó un amplio desarrollo.”
Vemos claramente, pues, que lo que perdura es la Orden de Santa Beatriz. Lo que en ella prevalece es la inspiración primera, es decir, lo que en ella es fruto de la inspiración del Espíritu, como todas las Órdenes ; no lo que es fruto de la Reforma Cisneriana. Consecuentemente, la espiritualidad franciscana que entonces se adhirió a la Orden en el ambiente de Reforma debe ceder ahora en este ambiente del Vaticano II para dar paso al espíritu mariano - inmaculista de la “primigenia inspiración” de la Orden, espíritu de su Fundadora.
¿Qué hacer, pues, con la historia ?
El espíritu supera al tiempo. Las Órdenes e institutos nacen por “el impulso del Espíritu” (“de conformidad con el cielo”), dice la Bula, que se encarna en los fundadores. No es, pues, la historia la que da vida a un instituto, sino el carisma, y no es de la historia de lo que vive una Orden, sino del espíritu de su fundador. No es la historia, en fin, lo que manda tener en cuenta la Iglesia al pedir hoy la renovación del instituto, sino el espíritu, la mente y propósitos de los fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, liberados de los elementos extraños (M.P. Eccl. S. 16,3).
Por otra parte, la fidelidad al carisma originario de la Orden también nos enlaza con la historia. En todas las bulas de la Orden se salva lo fundamental del carisma de Santa Beatriz. No sólo en la Bula “Inter universa”, como hemos visto antes, muestra la Iglesia el respeto con que trata el carisma de Santa Beatriz, sino también en la Bula de Alejandro VI, 1494, en la cual, a pesar del cambio de Regla, retiene el hábito y el rezo del Oficio de la Concepción propio de la Bula “Inter universa”. Asimismo, en la “Pastoralis Officii” de Julio II, 1505, las monjas insisten en guardar su hábito concepcionista, en seguir con su oficio de la Concepción, y la Bula misma repite el fin y naturaleza de la Orden : “servir a Dios y a Santa María” de la “Inter universa”, “el servicio de Dios y de su Santa Madre”. Por fin, la Bula “Ad Statum Prosperum” de Julio II después de liberar a las Concepcionistas de la Regla del Císter y de la de Santa Clara, deja asentado el carisma de Santa Beatriz encerrándole en frases como éstas : “para venerar a la Concepción Inmaculada de su Madre” (Regla c.I,1) ; “oblación que a nuestro Redentor y a su gloriosísima Madre se ofrece” (Regla c.II,2) ; “María injertada en los corazones” (Regla c.III,7) ; “imagen de vida” (Regla c.III,7). En todas ellas, pues, se ve el respeto de la Iglesia hacia el carisma fundacional de Santa Beatriz y su continuidad en la Iglesia, aunque, hasta ahora, desplazada su espiritualidad propia.
Respeto que hoy nos vuelve a pedir al decirnos con el canon 578 que “todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores, corroboradas por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto”.
Si quisiéramos renovar nuestras Constituciones hoy dentro de la espiritualidad y observancia franciscana, no estaríamos siguiendo un criterio válido de renovación, porque no subyace en él el espíritu y la voluntad de la Fundadora, como hemos visto anteriormente. Si recordamos, primero, porque ella no era franciscana. Segundo, porque no lo vio conveniente para su Orden. Podía haber elegido la regla de San Francisco, y hubiera agradado más a la Reina que le ayudaba ; en cambio, no lo hizo. Tampoco puede pensarse hoy que el cordón al estilo de los Frailes Menores con que se ciñe la Orden podía ser por parte de la Fundadora un punto de unión con la espiritualidad franciscana, porque se sabe ya que no fue iniciativa de Santa Beatriz su uso. Y tercero, aunque lo repitamos de nuevo porque es un punto fundamental para nosotras, porque la Iglesia la ha canonizado como concepcionista sólo.
Teniendo todo esto en cuenta, no sé cómo se hubiera podido escribir que “Santa Beatriz de Silva encontró en Francisco de Asís un camino de Evangelio, del que se sirvió para llegar a Cristo y a su Madre y que ofrece a sus hijas como elemento integrante de su proyecto de vida”. (CC.GG.I,6)
García Oro nos ha dicho, y venimos comentándolo, que la observancia franciscana en nuestra Orden concepcionista “es fruto de un ambiente de Reforma”. La “Reforma” no creó nada nuevo, sino que lo nuevo lo encauzó por su observancia cambiándolo de modo de ser. Ahora la Iglesia nos ordena “renovación” de este primer modo de ser de la Orden.
Es, pues, más digna y más en sintonía con la línea de renovación de la Iglesia la postura de aquel obispo franciscano que, en carta fechada el 26 de mayo de 1972, nos decía : “en obediencia a lo que el Concilio propone con tanta insistencia, urge que la Orden vuelva al espíritu de la Beata Beatriz”.
3º La Orden cambia de modo de ser
Sucedió con el cambio de Regla después de fallecida la Santa Fundadora. ¿ Qué motivó la extinción de la Regla del Císter en la Orden de Santa Beatriz si hemos visto que se habían reafirmado en su elección, junto con su Madre Fundadora al tiempo de erigirse canónicamente el primer monasterio concepcionista, todas las hijas de Beatriz ?
Con el cambio de Regla cambió el espíritu de la Orden, ya que el influyente carisma franciscano determina un fin tan distinto del concepcionista. Al cambiar, pues, el espíritu y el fin, cambiaron los medios, y con ello, todo el modo de ser de la Orden.
En la primera parte de este pequeño estudio hemos intentado descubrir el carisma concepcionista desde el alma de su Fundadora, que es eminentemente mariano, todo centrado en el amor, imitación y veneración de la Inmaculada Madre de Dios a la que se consagra totalmente. García Oro, franciscano y, por tanto, autorizado conocedor de cuanto hizo y nos dio la Reforma Cisneriana en la Regla que ellos nos redactaron, nos dice que las “principales características son las siguientes : pobreza en común, hábito azul, clausura perpetua, dependencia de los frailes menores”. Se afirma que la nueva Orden está especialmente consagrada a la Inmaculada Concepción y que se propone honrar este preclaro privilegio mariano.
La pobreza, que es el carisma que determina el modo de vivir de la O.F.M., pasa al primer plano, quedando por ello la propia espiritualidad concepcionista empobrecida o desfigurada, limitándose más al devocionismo inmaculista propio de la época y de la Orden franciscana. “Los franciscanos miraban la nueva fundación como una parte de su campaña tradicional en favor del misterio inmaculista”, nos recuerda el tantas veces referido García Oro. No se trataba de darnos un carisma, sino el fervor de una campaña. De aquí ha resultado una espiritualidad híbrida y confusa que algunas concepcionistas han destacado repetidas veces a lo largo de la historia.
Estudiamos, pues, seguidamente el hecho histórico del cambio de Regla.
El Papa Alejandro VI en la Bula “Ex Supernae Providentia”, 1494, que la establece, sólo menciona como motivo para ello “el singular afecto que la reina Isabel profesa a las monjas de la Orden de Santa Clara”.
Era éste uno de los ideales de la Reforma Cisneriana, nos dice García Oro. Y añade respecto de esta Bula : “es indudable que fueran los observantes castellanos los que inspiraron tales pasos a la Reina”.
¿Por qué se aplicó esta coordenada de reforma orientada a la familia franciscana, a la fundación de Santa Beatriz, que no era franciscana ?
¿Por qué se le sacó de su cauce, si el fin que autorizaba la reforma según concesión pontificia habría de ser correctora, es decir, hacer volver a los religiosos a la observancia fervorosa de la disciplina regular que les habían marcado sus propios fundadores ?
¿Por qué no se buscó este fin en la Obra de Santa Beatriz aun en el caso de que hubieran decaído de su primer fervor las primeras concepcionistas ?
Éste fue el acontecimiento más grave en la Orden de Santa Beatriz al que después respondieron con las obras algunas concepcionistas.
Es cierto que la Bula que comentamos expresa que lo desean y suplican con la Reina la Abadesa y convento de la Concepción y de hecho firman la ejecución de la Bula la Abadesa y Discretas del Monasterio, pero también es un hecho constatado por la historia que “la Vble. M. Mª Calderón discípula de Santa Beatriz de Silva, funda con otras compañeras del Monasterio de la Concepción de Toledo, el de Torrijos en 1497 (tres años escasos del cambio de Regla), ajustando su forma de vivir según los Estatutos del Monasterio de Toledo fundado por Santa Beatriz. Nunca en el Monasterio de Torrijos se observó la regla de Santa Clara, a pesar de que se observaba en el de Toledo” (Feder. Concep. Franc. Pág. 34).
Esta intervención, pues, anómala de la Reforma Cisneriana provocada por circunstancias eventuales, que hoy no tienen sentido, no debe seguir condicionando hoy el carisma y el espíritu propio de la Orden de la Inmaculada Concepción.
Poner al día en la línea de los documentos pontificios y de los sagrados Cánones actuales el carisma propio de nuestra Madre Santa Beatriz para que haya continuidad de él en la Iglesia es el deber y el derecho que asiste a todas las concepcionistas, y la gran responsabilidad. Dar a nuestra Madre el lugar que le corresponde en los Códices de la Orden, y que hasta ahora no ha tenido, es el ferviente anhelo que late serenamente inquieto en el alma de las concepcionistas. Es una fuerza suave y exigente. Como un deber de justicia.
Esto nos llevará a que incluso la Santa Regla sea liberada de elementos extraños, teniendo en cuenta que “refleja claramente el programa renovador de la Reforma Cisneriana por lo que se refiere a los monasterios femeninos” (García Oro).
Por ejemplo, el capítulo IV. “Está suficientemente documentada la voluntad de los Reyes Católicos de que los conventos reformados de cualquier Orden dependiesen de la jurisdicción de los observantes” (García Oro). Esta coordenada de reforma fue introducida en nuestra Regla al ser redactada por los observantes en aquel ambiente de Reforma.
Esta norma choca hoy con la mente de la Iglesia, la cual con el canon 615 protege la autonomía de los monasterios y deja libre el derecho de asociación a órdenes masculinas. Así quedaríamos como nuestra Madre Santa Beatriz nos fundó : sujetas al Ordinario de Lugar, que tanta espiritualidad eclesial conlleva. Esto no obsta para que las que quisieran asociarse a la O.F.M. pudieran hacerlo.
CONCLUSIÓN
Cuanto se ha dicho en este pequeño estudio del carisma fundacional de Santa Beatriz de Silva ha nacido sólo del deseo de fidelidad hacia ella, hacia el don que Dios le otorgó de ser Fundadora de la Orden. Ella tiene que decirnos hoy algo particular con su peculiar modo de vida. Por eso deseamos vivirlo íntegro. Su vocación carismática o experiencia mística por la cual ella fue introducida en el misterio de Cristo y de la Iglesia, deseamos vivirlo como ella, en la forma típica del monacato que ella eligió, vivió y la Iglesia le aprobó. Fue su forma de vivir el Evangelio, que deseamos sus hijas perpetuar.
No puede haber meta más deseada ni mayor gozo para una concepcionista que hacer revivir con su propia vida el fervor de los primeros pasos que la Orden dio de manos de su Fundadora y madre, observando la “disciplina regular severa” suavizada con el carisma puro y limpio de Beatriz : su primigenia inspiración, su deseada Bula “Inter universa”.
Tanto en vida como después de muerta, como hemos visto, a Santa Beatriz se le ha disputado por amor. Sí, por amor. En vida, por su belleza. Después de muerta, por su aún más bella Obra : la Orden de la Inmaculada. En ambos casos, ha sido Beatriz la inocente cordera, la damnificada, pues ha sido despojada de su propia lana, para abrigar a otros. En vida, de su “drama” nació su “carisma”. Hoy las concepcionistas hemos de impedir que de su “carisma” nazca su “drama”, negándoselo.
Quiera Dios que en este V Centenario de la Bula fundacional de la Orden “Inter universa”, la Orden Concepcionista (O.I.C .) quede renovada en su propio espíritu, en su propia fisonomía, en su propio carácter y observancia, en su propia autonomía y nomenclatura. Y sea todo para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, honra de nuestra Madre Inmaculada y de nuestra Fundadora Santa Beatriz de Silva.
El carisma otorgado por Dios a los fundadores conlleva la transmisión del mismo, es decir, la maternidad o paternidad espiritual en relación a los miembros de la Orden por ellos fundada.
Nos lo enseña así la teología de la vida religiosa. Dice que “el fundador (fundadora en nuestro caso) es la madre espiritual en Cristo, que ha engendrado la nueva familia. Se trata de una maternidad derivada de la paternidad divina. En este proceso generativo, la fundadora es auténtica mediadora entre Dios y el pueblo, es un alma que ha recibido de Dios una misión especial por medio de una intervención de la gracia” (Codina), como acabamos de ver que sucedió con nuestra santa.
Dios la preparó, nos dice Pablo VI en la Bula de su canonización, dándole primero el carisma fundacional que marianizó su alma, dejándola dispuesta para la misión a que la destinaba ; y después, a lo largo de su estancia en el monasterio, con el ejercicio heroico de virtudes, donde gestó la semilla que recibió en la aparición de la Virgen Inmaculada, convirtiéndola, así, en Madre y “causa ejemplar” de la nueva familia, así como fue su “causa eficiente”.
Desde el momento en que queda “configurada” la existencia de Santa Beatriz, que es éste en que recibe el carisma, comienza a crecer su parecido con María.
Como a María, se le anuncia su maternidad espiritual. María entrega a Dios toda su vida, todo lo que es, su amor limpio, su corazón preparado para el sacrificio que le exigirá el cumplimiento de su carisma personal que es el de ser Madre de Dios, con todo lo que esto conlleva en el Cuerpo místico de su Hijo, es decir, la prolongación de su maternidad a todos los hombres. Beatriz también entrega a Dios de modo radical toda su persona. Y entregó su corazón al sacrificio, a una vida intensa de oración y penitencia, para dar vida a la semilla que la gracia hizo germinar en su alma.
Como María, pasó su vida en el silencio ; esa perfección de la Esencia divina y consecuencia de su Plenitud, desde donde Dios habla al corazón (Oseas 2, 16) y va fraguando en las almas la encarnación de su Verbo.
Breves son las palabras de María que nos narra el Evangelio, y breves son también las de Beatriz como verdadera copia de María y verdadera Monja. Y cuando murió, la Inmaculada, la Virgen de las doce estrellas (Ap 12, 1-2), de parte de Dios, puso “una” en la pura y bella frente de Beatriz, que completó y canonizó su parecido con María.
Una vez más, el Papa, en su Bula de canonización, nos constata aquí que se cumplió en Santa Beatriz el principio teológico que nos asegura que “Dios da a cada uno la gracia según la misión para que es elegido” (S.T.). Hecho que da a nuestra Fundadora la categoría de los grandes fundadores de congregaciones monásticas con relación a sus Hijas.
PRAXIS DEL CARISMA FUNDACIONAL
La segunda norma que hemos de tener en cuenta las familias religiosas para renovar adecuadamente el propio carisma es, después de “conocerlo”, “observarlo” purificado de elementos extraños y libre de lo anticuado (Norm. 16, 3).
Una vez más vuelvo a repetir que sólo el espíritu de obediencia a la Iglesia y de reconciliación nos impulsa a buscar la verdad sobre el carisma de nuestra Fundadora. Porque sólo ésta puede conseguir la unión y la paz deseada por todos. Para conseguirlo, sencilla y humildemente seguimos, primero, el nacimiento de la Orden. Segundo, su evolución histórica dentro del ambiente de Reforma de las Órdenes religiosas en España.
Nacimiento de la Orden
Cuando llegó la hora de “instituir la nueva familia religiosa que estuviera consagrada a la Santísima Madre de Dios... Beatriz, con su singular prudencia y cristiana fortaleza, llevó a cabo la fundación de su Orden” (B.C.). Para ello, respetuosa ella misma con el carisma recibido de Dios y después de haberlo vivido con sus Hijas durante cinco años, cuida de someterlo íntegramente a la aprobación de la Iglesia.
Seguimos la génesis de este proceso por las minutas de la Santa.
En la primera, Beatriz aparece pidiendo al Santo Padre la erección canónica de sus deseos y género de vida. Ella aboga por su carisma mariano - inmaculista : “servir a Dios y a Santa María en el misterio de su Concepción”. Aceptaría la Regla que el Papa le asignase. Pide rezo de la Inmaculada, hábito propio blanco y azul, forma de vida que ya llevaban u observancia regular, clausura. El hábito lo describe así : túnica blanca con escapulario también blanco y encima una capa de color celeste (azul), y en esta capa y en el escapulario deben grabar la imagen de la Virgen María, y se ceñirán con un cíngulo de lana blanca.
En la segunda minuta el Papa le insiste que elija Regla y ella se determina por la del Císter. Dice la minuta : “Como la referida oratriz Beatriz elija la Orden Cisterciense y ella y sus compañeras desean servir al Señor bajo la misma Orden con el hábito y estipulaciones y estatutos en la petición determinados”.
Santa Beatriz, lo mismo que otros fundadores, tuvo que poner su Orden al amparo de una de las cuatro reglas existentes en la Iglesia según determinó el IV Concilio de Letrán, a saber : la de San Basilio, San Benito, San Agustín y San Francisco. Santa Beatriz escogió la de San Benito, logrando, al fin, no sin grandes sufrimientos, que el Papa Inocencio VIII autentizara su carisma fundacional inmaculista como don del Espíritu en su Bula “Inter universa”, 30 de abril de 1489. Y al instituir por ella el nombre y el espíritu “concepcionista” genuinamente puros, lo hace destacando y protegiendo respetuosamente el carisma mariano de Santa Beatriz : “para servir a Dios y a Santa María”.
Así se promulgó la Bula, se erigió canónicamente el monasterio el 16 de febrero de 1491, no sin antes reafirmar una vez más Beatriz y sus compañeras que deseaban profesar la regla del Císter, y así vivieron aun después de la muerte de la Santa, acaecida, según parece, en 1492, hasta que entraron en juego otros factores en la Obra de Santa Beatriz.
Según parece, el más importante fue la voluntad de la Reina Isabel. Ella no estuvo muy de acuerdo con algo determinado en la Bula. Acudió al Papa, pero como “las relaciones con el Pontífice Inocencio VIII, 1484 - 1492, eran entonces tensas” (Dic. H.I., Azcona, pág. 1138), no se consiguió la petición. La Reina aceptó la voluntad del Papa y se publicó la Bula según había sido expedida de Roma. Fallecido Inocencio VIII y elevado a la cátedra de Pedro Alejandro VI, 1492 - 1503, “súbdito de los Reyes Católicos y con quien mantenían íntimas relaciones” (Dic. bis), la Reina volvió a insistir y se consiguieron sus deseos. Había muerto la Fundadora, no quedaba ya más impulso que el de la Reforma y la debilidad de las primeras concepcionistas.
Para comprender mejor estos acontecimientos tan fundamentales para la Orden de la Inmaculada Concepción, (O.I.C), veamos brevemente en qué ambiente se desarrollaron.
Ambiente de Reforma
Fue tenso desde que entró en juego la intervención de Cisneros. José García Oro, O.F.M. en su libro “Cisneros y la Reforma del Clero Español en tiempo de los Reyes Católicos” dice : “En 1494 Cisneros imprimió a la Reforma un ritmo violento que provocó resistencias, agrió los ánimos e impidió que la reforma comenzada siguiese su curso natural” (pág. 186).
“Desde 1492, Cisneros se había identificado con los afanes de reforma. A él le encomendaron los Reyes la ejecución de la reforma de gran número de casas femeninas.” Confesor de la Reina Isabel en 1492, Vicario Provincial de su Orden en 1494 y Arzobispo de Toledo en 1495, asceta y amante de la soledad, “que encarnaba en su seno lo más selecto en virtudes”, a decir de García Oro, era la persona que los Reyes necesitaban para llevar hasta el fin la reforma comenzada, y fue el posible inspirador de los acontecimientos de reforma ocurridos en la Orden Concepcionista.
Dejamos paso a la autorizada pluma de García Oro, O.F.M., que nos explica lo que ocurrió en la Orden Concepcionista. Dice el autor en el apartado que dedica en el libro referido a : “Las concepcionistas”. “Uno de los ideales de la Reforma Cisneriana era que las religiosas franciscanas de la Segunda y Tercera Orden abrazasen la regla de Santa Clara. Así se realizó frecuentemente en diversas casas, tanto de Aragón como de Castilla. De tales reformas nacieron no sólo nuevos monasterios clarisanos sino también Órdenes nuevas. Una de ellas fue la de las concepcionistas, surgida en la diócesis de Cisneros en plena Reforma Cisneriana”.
“El monasterio de la Concepción de Toledo”.
“Suele considerarse fundadora a Beatriz de Silva, muerta en 1490. La vida de esta religiosa, lo mismo que los orígenes de la Orden Concepcionista, son poco conocidos. Era de origen portugués, hermana de Amadeo Menéndez de Silva, el fundador de los “amadeos” y confesor de Sixto IV. Tras una vida de azares en la Corte castellana, se retiraba, a mediados del siglo XV, al monasterio de Santo Domingo el Viejo, de Toledo. En 1484 salía de este monasterio con varias compañeras a fundar un monasterio cisterciense en unas casas que le había donado con este fin su amiga la reina Isabel la Católica. Sería dedicado, por voluntad de ambas, a la Inmaculada Concepción.”
“Así surgió el monasterio de la Concepción, de Toledo, con clausura, disciplina regular severa y regla del Císter. En él vivió Beatriz y sus compañeras la vida cisterciense, con hábito azul y cordón franciscano. Y allí murió en 1490.”
“¿Había pensado Beatriz fundar una nueva familia religiosa ? Así lo creen sus biógrafos, aunque no documentan tales intenciones. Es cierto que sentía una devoción grande al misterio de la Inmaculada Concepción y que mantuvo relaciones con diversos franciscanos, especialmente con el Vicario Provincial de los observantes castellanos, Fr. Juan de Tolosa. Pero no por ello se decidió a abrazar ninguno de los institutos franciscanos. Se había criado entre las religiosas cistercienses y dio a su convento de la Concepción la regla cisterciense. Y murió como cisterciense.”
“Murió sin haber consolidado su fundación. Sus compañeras decayeron muy pronto en el fervor que había reinado en los primeros años. Hubo disensiones graves entre ellas que tardaron en calmarse. Tal vez por falta de medios de vida, se decidió unirlas con las benedictinas de San Pedro de las Dueñas, de Toledo. Al nuevo monasterio así constituido se le dio la Regla de Santa Clara. Alejandro VI confirmó lo hecho por la Bula “Ex Supernae Providentia” (19 de agosto de 1494), declarando extinguida la Orden del Císter en el monasterio y mandando a las religiosas que, en adelante, siguiesen la Regla de las clarisas teniendo el hábito azul, el oficio divino y demás rezos en la forma que lo determina la Bula de Inocencio VIII.”
“La Bula de Alejandro VI difiere fundamentalmente de la precedente. Establece la Regla de Santa Clara, con las peculiaridades indicadas, en Toledo, y faculta para fundar otros monasterios semejantes, todos los cuales gozarán de los privilegios del monasterio de Tordesillas. Dependerán inmediatamente de los franciscanos. Promotora de todos estos cambios y normas es, según la Bula ,Isabel la Católica, que siente una profunda devoción al misterio de la Concepción Inmaculada, pero, sin duda, doña Isabel estaba asesorada por los franciscanos. ¿Fue inspirada precisamente por Cisneros, entonces Vicario Provincial de Castilla ? Es muy posible, pero no consta documentalmente. Puede ser muy bien que el Custodio de Toledo, muy apreciado de Beatriz de Silva, haya querido salvar de la ruina la fundación. De todos modos, es indudable que fueron los observantes castellanos quienes inspiraron tales pasos de la Reina Isabel.”
“Con la traslación de las religiosas a San Pedro de las Dueñas se aumentaron las discordias. Al parecer, ninguno de los dos grupos gustaba del nuevo régimen. El monasterio estaba muy mal administrado.”
Siguen unos datos sin importancia para la Orden, exceptuado el traslado de las Monjas concepcionistas al convento de San Francisco y la extensión de la nueva Orden. Y continúa García Oro :
“Los franciscanos miraban la nueva fundación como una parte de su campaña tradicional en favor del misterio inmaculista.”
“Una nueva Orden femenina”
“Las concepcionistas no constituían hasta 1511 una Orden religiosa. Eran un grupo de monasterios de clarisas en los cuales se observaban ciertos estatutos peculiares y se veneraba especialmente el misterio de la Inmaculada Concepción de María. En este año se decidieron a dar un paso más, elaborando regla y estatutos propios. No es fácil adivinar qué móviles le llevaron a adoptar esta solución. Es muy posible que fuese, en gran parte, el deseo de las religiosas y de los observantes castellanos de instituir una Orden que venerase especialmente a la Inmaculada.”
“¿Quiénes elaboraron la nueva regla y los estatutos ? Los biógrafos de Cisneros y de Beatriz de Silva afirman concordemente que fueron Cisneros y Francisco de Quiñones... Probablemente colaboraron también otros religiosos, cuyo nombre y aportación hoy desconocemos...”
“Después de varios meses, se consiguió, por fin, la aprobación pontificia que suscribió Julio II el 17 de septiembre de 1511. Se contiene en la bula “Ad Statum Prosperum”, que inserta la nueva regla. Ésta está calcada totalmente en la de las clarisas. Sus características principales son las siguientes : pobreza en común, hábito azul, clausura perpetua, dependencia de los frailes menores. Se afirma que la nueva Orden está especialmente consagrada a la Inmaculada Concepción y que se propone honrar particularmente este preclaro privilegio mariano. Las concepcionistas tendrán el mismo cardenal protector que los franciscanos y estarán sometidas a los superiores observantes. Estos designarán los visitadores de los monasterios, quienes los visitarán una vez al año, informándose diligentemente del estado del monasterio, de la vida de las religiosas y de la conducta del personal del servicio en cada monasterio, y dando los preceptos que crean oportunos para promover la observancia regular. Presidirán las elecciones de las abadesas y confirmarán a las elegidas canónicamente.”
“Así se constituía definitivamente la Orden Concepcionista, cuya primera piedra había puesto, tal vez sin sospecharlo, Beatriz de Silva. El edificio era obra de los observantes de Castilla, que imprimieron a la fundación de Beatriz una dirección totalmente nueva, convirtiéndola en una nueva rama de la segunda Orden Franciscana. La nueva fundación puede y debe considerarse justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana, cuyo programa renovador refleja claramente por lo que se refiere a los monasterios femeninos.”
Hasta aquí el libro de José García Oro, O.F.M.
Por esta lectura bien documentada, aunque contenga algunas inexactitudes que no afectan a nuestro tema fundamental, vemos claramente que :
a) Santa Beatriz no era franciscana.
b) No fundó nada franciscano.
c) Que la presencia de la espiritualidad franciscana y su observancia en la Orden concepcionista, se debe a los observantes de Castilla, Reforma Cisneriana, que la considera suya.
d) Los cuales, imprimieron a la fundación de Beatriz una dirección totalmente nueva. Es decir, cambió de modo de ser la Orden.
e) Que todo esto se hizo en el ambiente de Reforma de las Órdenes Religiosas en España, por lo que se puede considerar justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana, no como Obra de Beatriz de Silva.
Es cuanto nos dice García Oro y que podríamos resumir en tres puntos :
1º Que Santa Beatriz no era ni fundó nada franciscano.
2º a) Que cuanto hay de franciscano en la Orden se debe a los observantes de Castilla ; b) que lo llevaron a cabo en el ambiente de Reforma de las Órdenes religiosas en España ; c) que puede y debe considerarse justamente como un producto auténtico de la Reforma Cisneriana ; d) cuyo programa renovador refleja claramente.
3º Que esta injerencia franciscana cambió de modo de ser a la Orden.
Son los tres puntos sobre los que la Iglesia hoy da luz con los decretos del Vaticano II y la Bula de canonización de la Santa, para renovar adecuadamente nuestro propio carisma. Veámoslo.
1º Santa Beatriz no era ni fundó nada franciscano
Nos lo afirma el tantas veces referido José García Oro, O.F.M.., diciéndonos que a pesar de las buenas relaciones que mantuvo con diversos franciscanos, no se decidió a abrazar ninguno de los institutos franciscanos ; y a la hora de escoger Regla para su Orden, escoge la del Císter. Y muere, según dice la Bula de su canonización, como monja de la Orden de la Inmaculada Concepción. Y como a tal la canoniza Su Santidad Pablo VI. Es grandemente significativo al respecto el hecho de que el Papa, a lo largo de la Bula, al nombrar a la Orden lo hace con la nomenclatura “ORDEN DE LA INMACULADA CONCEPCIÓN” durante cinco veces, y al nombrar a las monjas de esta Orden las llama “Monjas concepcionistas” durante cuatro veces. Y añade el Papa : “así se llaman las religiosas de esta Orden”. Expresión auténtica del espíritu y la Obra de la Santa, nada franciscano...
2º El edificio (Orden) es obra de sólo los observantes de Castilla
Este título resume los apartados del punto segundo.
La desviación del proyecto originario de Santa Beatriz, llevado a cabo por los observantes de Castilla, puede considerarse ocurrido tal vez como mal menor en aquel tiempo de reforma. El mismo autor nos dice que “puede ser muy bien que el Custodio de Toledo, muy apreciado de Beatriz, haya querido salvar de la ruina la fundación”. Hoy la Iglesia nos dice que pongamos los ojos en la Fundadora, que es quien debe dar el espíritu a la Orden para conseguir la renovación adecuada. Veamos.
Antes de responder, hay que tener en cuenta que este libro de José García Oro, O.F.M., que nos va ilustrando, está editado el año 1971, cinco años antes de hablarnos Pablo VI con la Bula de canonización de la Santa.
Dice la Bula “Praeclara Inmaculatae”, 1976 :
“La noble virgen Beatriz de Silva, preclara fundadora de la orden de la Inmaculada Concepción... dócil a las mociones del Espíritu Santo, recibió la inspiración de fundar una nueva familia religiosa, que, de conformidad con el cielo, estaría consagrada a la Bienaventurada Virgen Madre de Dios concebida sin mancha de pecado original y que tomaría su denominación de este soberano misterio.”
La Iglesia, pues, tiene por fundadora de la Orden Concepcionista a Santa Beatriz de Silva a pesar de los avatares en que se vio sumida en el ambiente de la Reforma Cisneriana. Avatares que también registra la misma Bula, para decirnos que hay continuidad en la Orden de Santa Beatriz desde que ella la inicia hasta el día de hoy. Dice la Bula :
“La Orden de Beatriz, superadas las tormentas que se desataron contra ella durante los primeros pasos de su existencia, quedó firmemente asentada en Toledo : primero bajo los Estatutos del Císter, conforme al consabido decreto de Inocencio VIII del año 1489 ; en segundo lugar, bajo la regla de Santa Clara, a tenor de la disposición de Alejandro VI del año 1494 ; por fin, en virtud de las Letras Apostólicas “Ad Statum Prosperum” de Julio II, firmadas en Roma el 17 de septiembre de 1511, le fue otorgada regla propia y quedó encomendada a los Frailes Menores su atención pastoral. Desde el momento de su autonomía la institución experimentó un amplio desarrollo.”
Vemos claramente, pues, que lo que perdura es la Orden de Santa Beatriz. Lo que en ella prevalece es la inspiración primera, es decir, lo que en ella es fruto de la inspiración del Espíritu, como todas las Órdenes ; no lo que es fruto de la Reforma Cisneriana. Consecuentemente, la espiritualidad franciscana que entonces se adhirió a la Orden en el ambiente de Reforma debe ceder ahora en este ambiente del Vaticano II para dar paso al espíritu mariano - inmaculista de la “primigenia inspiración” de la Orden, espíritu de su Fundadora.
¿Qué hacer, pues, con la historia ?
El espíritu supera al tiempo. Las Órdenes e institutos nacen por “el impulso del Espíritu” (“de conformidad con el cielo”), dice la Bula, que se encarna en los fundadores. No es, pues, la historia la que da vida a un instituto, sino el carisma, y no es de la historia de lo que vive una Orden, sino del espíritu de su fundador. No es la historia, en fin, lo que manda tener en cuenta la Iglesia al pedir hoy la renovación del instituto, sino el espíritu, la mente y propósitos de los fundadores, lo mismo que las sanas tradiciones, liberados de los elementos extraños (M.P. Eccl. S. 16,3).
Por otra parte, la fidelidad al carisma originario de la Orden también nos enlaza con la historia. En todas las bulas de la Orden se salva lo fundamental del carisma de Santa Beatriz. No sólo en la Bula “Inter universa”, como hemos visto antes, muestra la Iglesia el respeto con que trata el carisma de Santa Beatriz, sino también en la Bula de Alejandro VI, 1494, en la cual, a pesar del cambio de Regla, retiene el hábito y el rezo del Oficio de la Concepción propio de la Bula “Inter universa”. Asimismo, en la “Pastoralis Officii” de Julio II, 1505, las monjas insisten en guardar su hábito concepcionista, en seguir con su oficio de la Concepción, y la Bula misma repite el fin y naturaleza de la Orden : “servir a Dios y a Santa María” de la “Inter universa”, “el servicio de Dios y de su Santa Madre”. Por fin, la Bula “Ad Statum Prosperum” de Julio II después de liberar a las Concepcionistas de la Regla del Císter y de la de Santa Clara, deja asentado el carisma de Santa Beatriz encerrándole en frases como éstas : “para venerar a la Concepción Inmaculada de su Madre” (Regla c.I,1) ; “oblación que a nuestro Redentor y a su gloriosísima Madre se ofrece” (Regla c.II,2) ; “María injertada en los corazones” (Regla c.III,7) ; “imagen de vida” (Regla c.III,7). En todas ellas, pues, se ve el respeto de la Iglesia hacia el carisma fundacional de Santa Beatriz y su continuidad en la Iglesia, aunque, hasta ahora, desplazada su espiritualidad propia.
Respeto que hoy nos vuelve a pedir al decirnos con el canon 578 que “todos han de observar con fidelidad la voluntad e intenciones de los fundadores, corroboradas por la autoridad eclesiástica competente, acerca de la naturaleza, fin, espíritu y carácter de cada instituto, así como también las sanas tradiciones, todo lo cual constituye el patrimonio del instituto”.
Si quisiéramos renovar nuestras Constituciones hoy dentro de la espiritualidad y observancia franciscana, no estaríamos siguiendo un criterio válido de renovación, porque no subyace en él el espíritu y la voluntad de la Fundadora, como hemos visto anteriormente. Si recordamos, primero, porque ella no era franciscana. Segundo, porque no lo vio conveniente para su Orden. Podía haber elegido la regla de San Francisco, y hubiera agradado más a la Reina que le ayudaba ; en cambio, no lo hizo. Tampoco puede pensarse hoy que el cordón al estilo de los Frailes Menores con que se ciñe la Orden podía ser por parte de la Fundadora un punto de unión con la espiritualidad franciscana, porque se sabe ya que no fue iniciativa de Santa Beatriz su uso. Y tercero, aunque lo repitamos de nuevo porque es un punto fundamental para nosotras, porque la Iglesia la ha canonizado como concepcionista sólo.
Teniendo todo esto en cuenta, no sé cómo se hubiera podido escribir que “Santa Beatriz de Silva encontró en Francisco de Asís un camino de Evangelio, del que se sirvió para llegar a Cristo y a su Madre y que ofrece a sus hijas como elemento integrante de su proyecto de vida”. (CC.GG.I,6)
García Oro nos ha dicho, y venimos comentándolo, que la observancia franciscana en nuestra Orden concepcionista “es fruto de un ambiente de Reforma”. La “Reforma” no creó nada nuevo, sino que lo nuevo lo encauzó por su observancia cambiándolo de modo de ser. Ahora la Iglesia nos ordena “renovación” de este primer modo de ser de la Orden.
Es, pues, más digna y más en sintonía con la línea de renovación de la Iglesia la postura de aquel obispo franciscano que, en carta fechada el 26 de mayo de 1972, nos decía : “en obediencia a lo que el Concilio propone con tanta insistencia, urge que la Orden vuelva al espíritu de la Beata Beatriz”.
3º La Orden cambia de modo de ser
Sucedió con el cambio de Regla después de fallecida la Santa Fundadora. ¿ Qué motivó la extinción de la Regla del Císter en la Orden de Santa Beatriz si hemos visto que se habían reafirmado en su elección, junto con su Madre Fundadora al tiempo de erigirse canónicamente el primer monasterio concepcionista, todas las hijas de Beatriz ?
Con el cambio de Regla cambió el espíritu de la Orden, ya que el influyente carisma franciscano determina un fin tan distinto del concepcionista. Al cambiar, pues, el espíritu y el fin, cambiaron los medios, y con ello, todo el modo de ser de la Orden.
En la primera parte de este pequeño estudio hemos intentado descubrir el carisma concepcionista desde el alma de su Fundadora, que es eminentemente mariano, todo centrado en el amor, imitación y veneración de la Inmaculada Madre de Dios a la que se consagra totalmente. García Oro, franciscano y, por tanto, autorizado conocedor de cuanto hizo y nos dio la Reforma Cisneriana en la Regla que ellos nos redactaron, nos dice que las “principales características son las siguientes : pobreza en común, hábito azul, clausura perpetua, dependencia de los frailes menores”. Se afirma que la nueva Orden está especialmente consagrada a la Inmaculada Concepción y que se propone honrar este preclaro privilegio mariano.
La pobreza, que es el carisma que determina el modo de vivir de la O.F.M., pasa al primer plano, quedando por ello la propia espiritualidad concepcionista empobrecida o desfigurada, limitándose más al devocionismo inmaculista propio de la época y de la Orden franciscana. “Los franciscanos miraban la nueva fundación como una parte de su campaña tradicional en favor del misterio inmaculista”, nos recuerda el tantas veces referido García Oro. No se trataba de darnos un carisma, sino el fervor de una campaña. De aquí ha resultado una espiritualidad híbrida y confusa que algunas concepcionistas han destacado repetidas veces a lo largo de la historia.
Estudiamos, pues, seguidamente el hecho histórico del cambio de Regla.
El Papa Alejandro VI en la Bula “Ex Supernae Providentia”, 1494, que la establece, sólo menciona como motivo para ello “el singular afecto que la reina Isabel profesa a las monjas de la Orden de Santa Clara”.
Era éste uno de los ideales de la Reforma Cisneriana, nos dice García Oro. Y añade respecto de esta Bula : “es indudable que fueran los observantes castellanos los que inspiraron tales pasos a la Reina”.
¿Por qué se aplicó esta coordenada de reforma orientada a la familia franciscana, a la fundación de Santa Beatriz, que no era franciscana ?
¿Por qué se le sacó de su cauce, si el fin que autorizaba la reforma según concesión pontificia habría de ser correctora, es decir, hacer volver a los religiosos a la observancia fervorosa de la disciplina regular que les habían marcado sus propios fundadores ?
¿Por qué no se buscó este fin en la Obra de Santa Beatriz aun en el caso de que hubieran decaído de su primer fervor las primeras concepcionistas ?
Éste fue el acontecimiento más grave en la Orden de Santa Beatriz al que después respondieron con las obras algunas concepcionistas.
Es cierto que la Bula que comentamos expresa que lo desean y suplican con la Reina la Abadesa y convento de la Concepción y de hecho firman la ejecución de la Bula la Abadesa y Discretas del Monasterio, pero también es un hecho constatado por la historia que “la Vble. M. Mª Calderón discípula de Santa Beatriz de Silva, funda con otras compañeras del Monasterio de la Concepción de Toledo, el de Torrijos en 1497 (tres años escasos del cambio de Regla), ajustando su forma de vivir según los Estatutos del Monasterio de Toledo fundado por Santa Beatriz. Nunca en el Monasterio de Torrijos se observó la regla de Santa Clara, a pesar de que se observaba en el de Toledo” (Feder. Concep. Franc. Pág. 34).
Esta intervención, pues, anómala de la Reforma Cisneriana provocada por circunstancias eventuales, que hoy no tienen sentido, no debe seguir condicionando hoy el carisma y el espíritu propio de la Orden de la Inmaculada Concepción.
Poner al día en la línea de los documentos pontificios y de los sagrados Cánones actuales el carisma propio de nuestra Madre Santa Beatriz para que haya continuidad de él en la Iglesia es el deber y el derecho que asiste a todas las concepcionistas, y la gran responsabilidad. Dar a nuestra Madre el lugar que le corresponde en los Códices de la Orden, y que hasta ahora no ha tenido, es el ferviente anhelo que late serenamente inquieto en el alma de las concepcionistas. Es una fuerza suave y exigente. Como un deber de justicia.
Esto nos llevará a que incluso la Santa Regla sea liberada de elementos extraños, teniendo en cuenta que “refleja claramente el programa renovador de la Reforma Cisneriana por lo que se refiere a los monasterios femeninos” (García Oro).
Por ejemplo, el capítulo IV. “Está suficientemente documentada la voluntad de los Reyes Católicos de que los conventos reformados de cualquier Orden dependiesen de la jurisdicción de los observantes” (García Oro). Esta coordenada de reforma fue introducida en nuestra Regla al ser redactada por los observantes en aquel ambiente de Reforma.
Esta norma choca hoy con la mente de la Iglesia, la cual con el canon 615 protege la autonomía de los monasterios y deja libre el derecho de asociación a órdenes masculinas. Así quedaríamos como nuestra Madre Santa Beatriz nos fundó : sujetas al Ordinario de Lugar, que tanta espiritualidad eclesial conlleva. Esto no obsta para que las que quisieran asociarse a la O.F.M. pudieran hacerlo.
CONCLUSIÓN
Cuanto se ha dicho en este pequeño estudio del carisma fundacional de Santa Beatriz de Silva ha nacido sólo del deseo de fidelidad hacia ella, hacia el don que Dios le otorgó de ser Fundadora de la Orden. Ella tiene que decirnos hoy algo particular con su peculiar modo de vida. Por eso deseamos vivirlo íntegro. Su vocación carismática o experiencia mística por la cual ella fue introducida en el misterio de Cristo y de la Iglesia, deseamos vivirlo como ella, en la forma típica del monacato que ella eligió, vivió y la Iglesia le aprobó. Fue su forma de vivir el Evangelio, que deseamos sus hijas perpetuar.
No puede haber meta más deseada ni mayor gozo para una concepcionista que hacer revivir con su propia vida el fervor de los primeros pasos que la Orden dio de manos de su Fundadora y madre, observando la “disciplina regular severa” suavizada con el carisma puro y limpio de Beatriz : su primigenia inspiración, su deseada Bula “Inter universa”.
Tanto en vida como después de muerta, como hemos visto, a Santa Beatriz se le ha disputado por amor. Sí, por amor. En vida, por su belleza. Después de muerta, por su aún más bella Obra : la Orden de la Inmaculada. En ambos casos, ha sido Beatriz la inocente cordera, la damnificada, pues ha sido despojada de su propia lana, para abrigar a otros. En vida, de su “drama” nació su “carisma”. Hoy las concepcionistas hemos de impedir que de su “carisma” nazca su “drama”, negándoselo.
Quiera Dios que en este V Centenario de la Bula fundacional de la Orden “Inter universa”, la Orden Concepcionista (O.I.C .) quede renovada en su propio espíritu, en su propia fisonomía, en su propio carácter y observancia, en su propia autonomía y nomenclatura. Y sea todo para gloria de Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, honra de nuestra Madre Inmaculada y de nuestra Fundadora Santa Beatriz de Silva.